Participantes: Fini, Antonio, Pilar, Joaquín, Luis, Blas, Pili, Paco Ponferrada, Jesús R., Lily, Lucía, Paco Zambrana y Jesús C.
Distancia recorrida: 10 km
Desnivel acumulado: 515 m
Hoy ha sido un día de recuperación de compañeros, por eso tenemos que dar la bienvenida de vuelta a Pilar, Joaquín y a Blas. También a Fini y Antonio a quienes no veíamos desde antes del verano.
Desayuno en Casa Juani. Tostadas grandes de buen pan. El camarero, desde la barra, atiende a todo el mundo.
Desde Casa Juani, a la entrada de
Olivares, nos desplazamos hasta el inicio del sendero de Gollizno, poco más de
300 m en dirección norte, donde hay un aparcamiento muy bien `preparado.
Partimos por el carril de inicio del sendero dejando atrás las últimas casas de
Olivares, bajo la tutela del prominente cerro Bajo, y enseguida entramos en el
bosque de ribera del río Frailes con sauces, almeces, fresnos y chopos, con
zarzas, rosales, madreselvas y majuelos en el sotobosque, mientras los tajos a
derecha e izquierda se van acercando dejando justo el paso para el Frailes, las
sendas y alguna pequeña parcelita de antiguas huertas.
Se comienza a caminar por la
margen derecha, pero pronto termina el carril junto a un puente por donde
cruzamos a la margen izquierda, para seguir allí el trazado de una acequia con
su chorro de agua. Abajo el río que, a pesar del estiaje, traía un buen caudal.
Nos llamó la atención el color grisáceo del agua, pensamos que sería por alguna
tormenta de hace pocos días, pero muy probablemente sea ese su color permanente
porque aguas arriba atraviesa una larga zona terrosa de calizas.
Al lado de la senda está la
fuente de Buenaventura y encima de ella, a la mediación del tajo, sobresale una
formación de travertino fruto de algún manantialillo superior. El valle se va
estrechando entre tremendos paredones. Poco antes de llegar a la parte más
estrecha del cañón sale una senda hacia Tózar que no tomamos; habíamos venido a
ver el cahorro, no olivares y tierra de labor.
La senda sube hasta el comienzo
de un puente colgante que nos devuelve a la margen izquierda. El puente, entre
esos enormes tajos, es una de las principales atracciones del recorrido, con el
agua remansada allá abajo por la presa de la Luz. Por si fuera poco, el puente
termina en un paredón donde se ha implementado un trozo de pasarela colgado de
la pared que nos devuelve al lecho del río y a su bosque de ribera.
Continúan los tajos verticales a
ambos lados del río hasta que la senda comienza a zigzaguear por la vertiente
de la izquierda, ascendiendo con fuerza para sacarnos de las estrechuras del
cauce. Senda antigua, empedrada y bien trazada aprovechando los mínimos
espacios que deja el enorme tajo por el que sube. Tomamos un descansito en un
mirador desde el que se tiene una bonita vista de la garganta allá abajo,
mientras al noreste aparece Tózar, blanco, inmaculado, con sus olivares y
tierras de labor.
Poco más adelante la senda llega
a una cañada donde, al amor de un manantial, se ha instalado una bonita área
recreativa, la fuente de la Corcuela. Entre la verde yedra y fresnos había unos
buenos cornicabras con un precioso color otoñal.
La senda sube siguiendo el valle
de la Corcuela, pero en este valle la humedad se restringe a la fuente, más
arriba es un valle reseco con paratas aprovechadas por almendrillos y olivillos
endebles. Como teníamos tiempo, Antonio dejó la senda y, a través de un olivar,
nos acercó a los tajos de los Agujerones donde, en un abrigo, quedan muchas
pinturas rupestres esquemáticas. Está vallado con una alambrada demasiado
sencilla para la gente que por allí pasa. En algunos puntos la han roto para
llegar hasta el abrigo. Nosotros intentamos divisar las pinturas desde la
valla, y algunas se ven, aunque menos de las que indica el cartel explicativo
puesto junto a la valla.
Hubo que apechugar con la subida
valle arriba bajo un sol potente aún, hasta que alcanzamos el pinar donde la
sombra nos ayudó a seguir con la cuesta que termina en un puertecillo justo
debajo del castillo de Moclín. Teníamos el castillo, grande, recio, al oeste y
la blanca ermita de Moclín al sur.
La senda marcha hacia la ermita y
al llegar a ella aparecen todos los tejados de Moclín a nuestros pies. De la
ermita, en vez de bajar al pueblo, fuimos hacia el enorme castillo y la iglesia
a su pie. Aquí debió situarse el principio del pueblo de Moclín, dependiendo
del castillo, y se encuentra el antiguo edificio del pósito, la iglesia de la
Encarnación y el santuario del Cristo del Paño de gran devoción en Moclín y
Granada.
El castillo está cerrado. Antonio
sugirió llegarnos hasta una cantera de piedras de molino situada al oeste del
cerro del castillo. Descendimos del cerro y le dimos la vuelta. Quedan
trincheras de la Guerra Civil y una curiosa cantera donde se iban moldeando
grandes columnas de piedra de las que se sacarían las piedras de molino. Alguna
queda aún. Antonio se conoce bien estos tajos porque hay vías de escalada a las
que viene con su familia.
Entramos en el blanco pueblo de
Moclín con la intención de tomar una cerveza que nos redimiera del calor. El
único bar está en la plaza, frente al ayuntamiento. Entramos en el bar pidiendo
si podríamos utilizar unas mesas para tomar unas cervezas. Quien estaba detrás
del mostrador, fregando unos vasos, no se dignó levantar la cabeza “si queréis
cerveza os la sirvo en el mostrador, no en mesas”. Con este recibimiento le
dijimos que se las quedara y nos marchamos.
Lo que quedaba era el descenso a
Olivares, por una pendiente cuesta hormigonada que sale del pueblo, muy bien
indicada. Paramos en un mirador al norte, hacia la grieta del Gollizno, y más
abajo a otro mirador al este, hacia Olivares. Poco más abajo, en una zona con
pinos al lado de una ermita, encontramos nuestro restaurante.
Nos acomodamos y principiamos con
las frescas cervezas que nos supieron a gloria mientras se ponían en movimiento
las chacinas y el atún listado que nos suele traer Blas. Tuvimos ensalada de
rúcula, tortilla, bonito con pimiento y cebolla, solomillo con ajos, carne con
espárragos y muchísimas cosas que olvido porque soy incapaz de retener todo lo
que sale de 13 mochilas bien surtidas.
Nos quedaba menos de media hora
hasta Olivares. Nos echamos al sol del camino, pasamos por una desangelada área
recreativa y terminamos en el aparcamiento.
Una ruta muy bonita, variada, con
garganta, fuentes, pinturas y cantera, además de castillo y pueblo, que se
puede hacer bien hasta mediodía. Un muy bonito día, caluroso aún.