lunes, 29 de noviembre de 2021

PIRINEOS 2021: VALLES DE ANSÓ Y HECHO

 OTOÑO EN PIRINEOS. DEL 26 DE OCTUBRE AL 4 DE NOVIEMBRE

Participantes: Pili, Paco Ponferrada, Lucía, Enrique, Luci, Manu, Fini, Antonio Muñoz, Lily, Manolo y Jesús.

Día 26 de octubre, martes. Viaje

Después de algunas vicisitudes, al final viajamos 11 porque Rafa no se recuperó de su lumbago.

Pili y Paco fueron al tren por su cuenta, lo mismo que Enrique. El resto alquilamos un taxi desde Nerja a la estación de Málaga. Cual fue nuestra sorpresa cuando en vez de un taxi para 8, 7 excursionistas y María Jesús que iba a Zaragoza, apareció un autobús. Quizá al verlo tan grande nos dio por agruparnos, y en los 4 primeros asientos nos acomodamos los 8.

La oficina de alquiler de coches OK en la estación de Zaragoza está escondidísima. Hay que bajar a la estación de autobuses, y en los andenes, en un extremo, está.

Rafa había contratado un coche pequeño de 4 plazas y otro grande de 9. Estaban preparados, nos distribuimos 4 en uno y 7 en otro, con Manolo como conductor del chico y Paco del grande, y salimos a comer.

El menú típico de Casa Royo es ensalada y chuletas de cordero, ternasco se le llama en Aragón, a la brasa con patatas fritas; de postre melocotón en vino. Todo regado con excelente vino del Campo de Borja.


Una vez satisfecho el estómago estábamos en disposición de acometer el viaje Zaragoza-Ansó. Cuando ya divisábamos Ansó, hicimos una parada para recrearnos con el paisaje otoñal tratando de capturar la belleza en un sinfín de fotografías.


En el hostal Kimboa nos esperaba Álvaro quien lleva el hostal junto con su mujer, Vladi. Nos acomodamos por habitaciones, primero las parejas y después los desparejados: Lucía y Lily, Manolo y Jesús, y Enrique quedó solo en una habitación.

Después de deshacer el equipaje cena en el hostal con gin-tonics para los que quisieron.

Negociación con Álvaro sobre la hora del desayuno. Él quería a las 8 y nosotros a las 7,30. Resultado, desayuno a las 7,45.

Día 27 de octubre, miércoles. Río Veral. 10,8 km, 900 m de desnivel.

Desde Ansó a Zuriza, a lo largo del río Veral, se ha recuperado el antiguo sendero. El trayecto es largo y para este día queríamos hacer una excursión que nos permitiera volver a comer a Ansó. Por eso lo principiamos en la borda de Ostias.

Dejamos un coche más arriba, por donde esperábamos terminar y partimos de la borda Ostias.

La senda va subiendo muy despacio, entre bosque, con unos colores otoñales preciosos, tanto en la senda como en la ladera derecha del Veral bajo el puntal de la Cruz. En la fuente de Pierra hicimos fotos de la fuente y del estanque donde se recogía el agua por la belleza del colorido de las hojas depositadas en la superficie. En la borda Saletas la senda desemboca en un carril que baja por el barranco Marcón a la carretera, y por ella al puente Zabalcoch donde volvimos a la senda.










Llegamos a un área recreativa junto al río con unas hayas imponentes, mostrando los amarillos y cobrizos otoñales. Nueva sesión de fotos con ellas y con el río. Poco más allá la vereda ascendía con fuerza por el lomo del barranco de Archincha, primero por un tupido bosque y luego, arriba, por la pradera. Agradecimos la salida a campo abierto para disfrutar del paisaje del valle del Veral hacia el sur: rocas y cerros en la parte superior, entre praderas, y mezcla de verde oscuro, amarillo y rojos en el bosque de las praderas hacia el río. ¡Qué bonito!¡Era el otoño que habíamos ido a buscar en toda su plenitud!









En el recorrido las mejores vistas estaban hacia el oeste, a la ladera derecha del Veral, con la loma Valdorreta y las crestas donde descollaban el pico Godía y la peña del Ibón. Más al norte la loma de Chillón y los imponentes tajos de la Agulla de os Pastos que todos confundimos con Peña Ezcaurre, pero la Agulla tapaba a Ezcaurre.

De repente, al final de una subida, salimos del bosque a una pradera llana, y enfrente, al norte, aparecieron unos inmensos paredones. Eran los contrafuertes del pico Espelunga, el pico más occidental de la sierra d’Alano que compite en altitud y fiereza con peña Ezcaurre.

Nos quedamos con la boca abierta ante un espectáculo de tanta belleza: los blancos tajos del contrafuerte de Espelunga sobrevolados por los buitres, debajo el cromatismo de abetos, hayas y arces, delante una pequeña pradera verde rodeada de bosque otoñal. Era el sitio ideal para hacer un pequeño Ángelus.









Con pena dejamos ese paraíso para internarnos en el bosque. Pero la belleza no había acabado, la senda se metía justo debajo de los tajos entre unas hayas descomunales. Caminábamos muy despacio porque no sabíamos a donde mirar, a los verticales tajos del contrafuerte, a los tajos de la Agulla de os Pastos al oeste, a los increíbles colores de los arces, hayas y fresnos… Para colmo, debajo de la Agulla apareció una cueva colgada en el cantil y dentro de la cueva un haya pequeñita. Increíble panorama.





La placidez de este tramo terminó con una abrupta bajada al barranco Transveral. Cruzamos el barranco, pero nuestras cuitas no habían acabado. Ahora la senda subía entre pedruscos, casi difuminada, hasta que más adelante apareció bien marcada. Seguímos bajo la sombra protectora de hayas y abetos, bajo los contrafuertes del Espelunga y enfrente, al oeste, los tajos al río por debajo de la loma de Chilón.

Salimos del agreste paso entre Espelunga y Ezcaurre a un hayedo fenomenal justo por encima del río Veral. Todos esperábamos que en cualquier momento la senda bajaría al río y lo cruzaría hacia la carretera, pero nada, la senda seguía con pequeñas subidas y bajadas, hacia el norte, sin aparente intención de cruzar el río. Los que iban delante vieron la carretera enfrente, ahí cerquita y el río con muy poca agua, y se decidieron a abandonar la senda, cruzar el río y llegar a la carretera.



Bajando hacia el coche tuvimos la oportunidad de gozar de los tajos de los contrafuertes del Espelunga a un lado y otro del barranco Transveral. Preciosos tajos y precioso bosque otoñal.



Centaurea jacea

Dianthus pyrenaicus

Echium vulgare

Saxifraga longifolia, Corona de rey

Nos metimos los 11 en el coche de 9 plazas hasta la borda Ostias y de allí con la composición acostumbrada de 7+4 llegamos al hostal Kimboa, un poco más tarde de lo que nos hubiera gustado, pero Álvaro nos recibió muy bien y nos dio de comer aceptablemente excepto a los que pidieron churrasco que estaba duro.


Día 28 de octubre, jueves. Valle de Aguas Tuertas e ibón de Estanés. 19 km, 750 m.

La predicción daba buen tiempo para hoy, por eso nos decidimos a esta larga caminata.

Por el valle de Guarrinza llegamos hasta la prohibición de paso donde aparcamos para comenzar la caminata pista adelante.

El valle de Guarrinza es un valle glacial, amplio, con poco arbolado y mucha pradera, propio para el ganado, que transmite calma, placidez, en medio de la sierra que nos separa de Francia al norte y el áspero Castillo de Acher al sur. Esa placidez la conocían bien los primeros pobladores porque Guarrinza está llena de dólmenes, menhires y crómlechs mucho más que cualquier otro punto del Pirineo.

La pista se va acercando a una morrena que cierra el valle al este. Dejamos la pista y sobrepasamos la morrena por una senda muy transitada para subir al Achar de Aguas Tuertas.





El Achar es parada obligatoria con una magnífica vista de todo el valle de Guarrinza ya caminado, a nuestros pies. Pero lo más interesante esta al este, hacia lo nuevo. Y esta vista se mejora cuando se sube al cerrillo que protege al refugio del cubilar de la Loma. Desde allí se divisa un valle completamente llano, el valle de Aguas Tuertas, muy amplio, surcado por los innumerables meandros del Aragón Subordán, por eso lo de Aguas Tuertas o torcidas. Imposible imaginar con antelación la existencia de un valle tan llano en medio de las abruptas montañas pirenaicas. Cerca, el dolmen de Aguas Tuertas, pequeñito, aunque perfectamente reconocible, lugar idóneo para descansar tanto de la caminata como de la vida.





La senda sigue al este unos metros por encima del valle, en la ladera izquierda. Pasa al lado de otro dolmen, pero lo que llama la atención continuamente es esa serie de meandros, algunos cerradísimos, casi estrangulados, en la llanura herbosa de Aguas Tuertas. La pradera la pastan las vacas y quedan en ella varios cadáveres blancos de las últimas que murieron.

Conforme avanzamos por el valle vamos acercándonos a la imponente sierra de Secús, pero lo más llamativo está en el contraste de la blancura de la dura caliza de Secús, enfrente, con los colores rojos y negruzcos de los friables y erosionados esquistos del rincón de la Roya, a nuestra derecha.






Dejamos el Aragón Subordán para subir al puerto de Escalé, con un crómlech pequeñito, y continuamos por una serie de colinitas hacia Estanés. Esta zona es impresionante por la tremenda sierra de Secús al frente, coronada por el puntal y la cúpula de Secús y debajo una enorme pedrera. Las barranqueras que bajan de Secús junto al barranco de la Roya forman el Aragón Subordán.



La excelente mañana se había ido cubriendo de nubes, negras sobre Secús, y se había levantado un vientecillo helado. Nos abrigamos bien y seguimos subiendo rodeando un peñasco hasta un puertecillo donde se da vista al enorme ibón de Estanés, el más grande del Pirineo.


La vista del ibón es subyugante. Esa masa azul, allá abajo, rodeada por el verde de la pradera y el gris de las rocas produce tranquilidad, no puedes apartar la vista de él.





Era la hora del almuerzo. Para disfrutar de esa vista decidimos no bajar a la orilla, sino quedarnos arriba teniéndolo a nuestros pies. Encontramos una cárcava debajo de un roquedo, relativamente resguardada del viento y donde el sol nos daba cuando lo permitían los nubarrones. Una vez acomodados salieron las viandas y el vino. Vino que si no es por la enorme fuerza de Paco no hubiéramos logrado descorchar las tres botellitas que llevábamos.



El frío que nos iba dejando ateridos. Nos levantamos pronto para emprender el regreso. La tarde, con el frío y los nubarrones, no estaba para bromas. Más valía recorrer cuanto antes el camino y evitar mojarnos con ese frío. A buen paso regresamos por el camino de venida.







Contrariamente a las previsiones la tarde se fue suavizando y el viento amainando, tanto que, al llegar a Aguas Tuertas, donde el Aragón Subordán nace por la unión de varios barrancos, nos tumbamos un ratito al sol a la vera de esa corriente de agua cristalina que iniciaba su largo recorrido desde estos altos valles al Mediterráneo.




De regreso, al pasar por la Selva de Oza, las hayas estaban preciosas. Sin haber tenido árboles en todo el recorrido se ve que teníamos hambre de bosque. Paramos e hicimos una buena sesión de fotos con el suelo alfombrado de hojas y con las enormes hayas, ya con la tarde decayendo.






Al pasar por la garganta de la Boca del Infierno aparcamos en esas estrechuras para asomarnos a la profunda grieta que ha tallado el río. Impresiona asomarse y ver el agua, rauda, despeñándose, allá abajo. Unas paradas muy bonitas. Y de la Boca del Infierno a Ansó directos.


Día 29 de octubre, viernes. Bosque de Gamueta. 8 km, 450 m de desnivel.

El buen tiempo de martes, miércoles y jueves había terminado. Para hoy anunciaban lluvia a partir de las 12. No mucha, pero lluvia. Por eso planeamos una excursión de medio día yendo a comer al refugio de Linza.

Comenzamos a caminar por la pradera del Plano de la Casa donde había un montón de bonitos caballos, en una mañana muy nublada, aunque con buena temperatura.





 Curiosamente la senda a Gamueta cruza la cresta que separa el Plano de Gamueta por el Achar o Paso del Caballo y a ese Paso nos dirigimos.

Terminamos las fotos con los caballos y comenzamos con las hayas, grandes, poderosas, vestidas de amarillo y ocre justo donde empieza el repecho al Paso. Las hayas eran un aperitivo de la belleza del sendero entre Plano y Paso: roquedos cubiertos de musgo, alfombras de hojas, troncos grises de las hayas, matorralillos diversos… mientras avanzábamos a la blanca abertura del paso del Caballo. ¡Qué subida más bonita!







Y no menos bonita era la vista desde el Paso tanto hacia el Plano, allá abajo, como hacia el hayedo, más o menos llano, de Gamueta. Nos internamos en el bosque, llaneando placenteramente por el hayedo, limpio de matorral, con sus lisos troncos plateados, y el suelo empedrado de hojas. De vez en cuando una añosa haya sobresalía del conjunto y a ella nos abrazamos solicitándole un poco de su fortaleza.






No todo es hayedo en Gamueta. También hay amplios calveros convertidos en praderas que son los que han mantenido al ganado. Esa simbiosis de hayedos, praderas y ganado es lo que ha hecho que se considere a Gamueta como uno de los ecosistemas mejor conservados. Y el día nublado, con las crestas cubiertas por la niebla, ayudaba a vivir ese ecosistema en su salsa.







El sendero va paralelo al barranco de Gamueta, baja al cauce de una de las dos cañadas que forman el barranco y la remonta por la ladera izquierda. En la cresta nos recibieron unas hayas verdaderamente memorables. Poco más adelante la senda comienza a bajar por una empinada pendiente a buscar la segunda cañada que da principio al barranco de Gamueta. La placidez de la excursión se truncó en esta fuerte y resbaladiza bajada. Además, comenzó a llover, aunque poco. Había que ir despacio, con cuidado, haciendo uso de los bastones para evitar caídas.









Al llegar al cauce del barranco un magnífico puente de madera nos ayudó a cruzarlo, aunque bajaba casi sin agua. Y del puente al carril, casi carretera, que allí principiaba.




Entretanto la lluvia arreciaba. El amplio carril terminaba en la carretera y en su trayecto pasaba por un bosque mixto de abeto y haya, con unos ejemplares tremendos. Hicimos algunas fotos con ellos, pero la lluvia continuaba y lo que se imponía era llegar cuanto antes al refugio.

Una vez en la carretera aún nos quedaba algo más de 1 km. Bajamos la cabeza, apretamos el paso y ni tan siquiera nos paramos a ver los pastores que bajaban las vacas hacia Zuriza.



En el refugio nos acomodamos en una mesa y negociamos unas cervezas, unas patatas y unos frutos secos con la camarera mientras esperábamos a las 2 que era cuando servían el menú. De primero había sopa de cocido y lentejas. La mayoría nos inclinamos por las lentejas, viudas, pero que nos supieron a gloria. De segundo, costilla de cerdo asada o huevos fritos con chistorra o jamón. La costilla deliciosa. Y a los de los huevos también se les veía contentos.


Día 30 de octubre, sábado. San Juan de la Peña y Santa María de la Serós.

La predicción para el sábado era de lluvia continua, el peor día, por eso decidimos dedicarlo a la cultura y visitar el románico alrededor de Santa Cruz de la Serós.

Al entrar en Santa Cruz paramos en San Caprasio, esa iglesita de pueblo, chiquitita, abarcable, sencillita y humana que muestra su románico lombardo, un poco burdo, como cabría esperar de una ermitilla de poca importancia. Es una delicia.







Subimos al Monasterio Nuevo, a la campa de San Ignacio. Hicimos tiempo visitando la enorme obra que ha hecho allí el gobierno aragonés.





El primer autobús nos bajó al monasterio viejo de San Juan de la Peña, para comenzar una visita guiada en la que nos metieron a más de 50 personas. ¿Tanto costaría poner algún guía más? Siquiera los fines de semana.

La guía bien, un poco sargento, nos explicó primero el monasterio visigótico, con su doble ábside, y sus pinturas conservadas aún después de tantísimos siglos. Después pasamos al panteón de los reyes y de allí al de los nobles. Luego a la iglesia románica y finalmente al claustro.









En el románico la piedra fue labrada para que hablara a los hombres. Y lo hacía con esas figuras, con esos capiteles, que enseñaban a la gente, la inmensa mayoría analfabeta, qué debían hacer para ganar el cielo y qué penas les esperaban si no seguían los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. El claustro de San Juan es una de las obras maestras del románico por esos sublimes capiteles tallados por el maestro de Agüero.









En Santa Cruz de la Serós no encontramos un restaurante que nos acogiera. Por eso reservamos sitio en Berdún, en La Trobada. Tenían la mesa preparada, nos sirvieron rápido y salimos contentos. Estupendo todo al decir de los comensales.

Nos quedaba por ver Santa María en Santa Cruz de la Serós. Regresamos pues desde Berdún hacia Santa Cruz, pero antes de Santa Cruz está Binacua con la iglesita románica rural dedicada a los Ángeles Custodios. El ábside, al exterior, decorado con arquillos lombardos, como San Caprasio, pero más rudos, como también son mas rudos los sillares de piedra de ábside y muros. Lo mejor es la portada. El tímpano es muy bonito y muy bien labrado. Contiene tres círculos tangentes perfectos, el mayor, el central, con arcaico crismón trinitario y los dos de los lados con un cervatillo y un grifo.




Y de Binacua a Santa Cruz.

En Santa Cruz no hay que buscar la iglesia de Santa María, su mole en el centro del pueblo sobresale desde cualquier punto.

Toda la estructura de la iglesia está eclipsada por la enorme torre y por la cámara “secreta” construida sobre el crucero. La cantería es excelente con un perfecto acople de las piedras.

La puerta de acceso es preciosa dentro de su simpleza, con un crismón antiguo entre dos leones, quizá procedente del anterior templo que aquí hubo. En el círculo del crismón y en el borde inferior del tímpano se esculpió:

Yo soy la puerta. Por mi pasan los pies de los fieles. Yo soy la fuente de la vida. Deseadme más que a los vinos, todos los que entren en este santo templo de la Virgen.

Corrígete primero para que puedas invocar a Cristo

Qué tendrán los vinos que desde antiguo los ponen como ejemplo del deseo.

Otra puertecilla, en el lado sur, quizá la de acceso al antiguo claustro, también tiene un crismón más antiguo que la iglesia.









El río Aragón Subordán bajaba pletórico y a Paco se le ocurrió que podríamos ir a verlo en la garganta de la Boca del Infierno, por donde habíamos parado el jueves al bajar de Guarrinza. Pensado y hecho.

Aparcamos poco antes de la casa forestal y caminamos carretera arriba con múltiples paradas para ver las aguas del río retorciéndose y cayendo por esa estrechísima abertura, con un estruendo ensordecedor. Impresionante.






Día 31 de octubre, domingo. Foces de Fago y Biniés. Canfrán. 8,5 km, 350 m de desnivel.

Otro día con previsión de lluvia. No mucha, pero lluvia por la tarde. Por eso estructuramos el día en etapas, primero la foz de Fago, y luego, si el tiempo lo permitía, la de Biniés.

Aparcamos en el puente Camín, donde la carretera atraviesa el barranco de Fago de izquierda a derecha, con amplio y preparado aparcamiento. Justo enfrente, al otro lado de la carretera, un cartelón indicaba el principio de la senda.


El paisaje de esta zona era muy diferente del recorrido por Gamueta. Había algunas hayas, pocas, lo que predominaba era el roble, aquí llamados caxicos y las carrascas. En pocos kilómetros la vegetación cambia de norte a sur.

Va la senda muy alta sobre el barranco de Fago y de vez en cuando hay desvíos de la senda, hacia la derecha, para ver mejor la garganta del barranco. El bosque mojado, la hierba también con agua y el día encapotado componían una bella estampa en ese valle donde caminábamos por la vertiente izquierda y contemplábamos, sobre todo, la vertiente derecha. Los robles ya estaban cambiando de color, con tonos cobrizos, y los serbales, más o menos esparcidos por las laderas, ponían el tono amarillo entre el verde oscuro de las carrascas.















Después del domingo sin salir al campo cogimos la excursión con entusiasmo, tanto que en la Plana de Monteoscuro, donde teníamos pensado regresar, decidimos continuar hacia la cueva Cucos, más que por la cueva por seguir disfrutando de ese agreste entorno. La senda va dando la vuelta a la cresta de la sierra Fórcala. Desde la senda se ve en los tajos de enfrente una gran oquedad, la cueva Cucos. La mayoría nos conformamos con verla enfrente, salvo Antonio, Enrique y Manu que decidieron acercarse a visitarla.



El regreso muy placentero, con una pequeña subida hasta la Plana de Monteoscuro y luego en descenso por el camino ya conocido, entre robles, carrascas y serbales.


Como no llovía y había tiempo decidimos hacer la segunda parte del programa: visitar la foz de Biniés.

El final de la foz de Biniés la marcan dos tremendas rallas (pared rocosa) que la carretera atraviesa por sendos túneles. Un final muy bonito, que fue por donde entramos, animado además por una decena de buitres posados en lo alto de una de las rallas, algunos con sus alas abiertas al incipiente solcito.



Esta foz, a diferencia de la de Fago, no tiene sendas por uno u otro lado, pero la carretera, casi sin tráfico, es el lugar ideal para disfrutarla. Los tajos son tremendos, el río, a veces encajonado y sobre todo la vegetación de hayas, serbales, fresnos, chopos y sauces, con unos coloridos de postal, contrastando con la roca.

La recorrimos despacio, parando mil veces tratando de que no se nos escapara ni un detalle, llevando como compañero al Veral y salimos encantados de la foz.












Como el día anterior nos había ido bien en el restaurante de Berdún, en La Trobada, a él volvimos. No sin antes parar en la planicie entre Biniés y Berdún para intentar fotografiar a los numerosos buitres que estaban en los rastrojos.

Castillo de Biniés

En La Trobada nos sorprendieron con un menú totalmente diferente del día anterior. Ni un plato repitieron. Y todo muy rico al decir de los comensales.

La previsión del tiempo no funcionó porque no llovía ni parecía iba a hacerlo a pesar del nublado. Decidimos echar la tarde en la estación de Canfrán.

Paseamos un buen rato por esa tremenda estación. Inexplicable estación para un pueblo como Canfrán. Estaba de obras con la preparación del edificio principal para hotel de lujo. La verdad es que el exterior del edificio no desmerece para hotel de lujo. También alrededor de las vías había obras. Ojalá se invirtiera para adecentar la vía desde Huesca a Canfrán y a Francia, abriendo un paso alternativo a los de Port Bou e Irún.


Día 1 de noviembre, lunes. Calzada romana. 11 km, 590 m de desnivel

Parecía que no iba a llover y con ganas salimos para una excursión de todo el día. La idea era salir del barranco de Lenito, hacer toda la calzada romana por la margen izquierda del Aragón Subordán, y por el puente de Lo Sacadero cruzar a la margen derecha, para continuar por ella hasta la selva de Oza. Luego descender desde Oza al puente de Lo Sacadero y por la senda de Los Ganchos volver por la margen izquierda al aparcamiento en el barranco de Lenito.

Aparcamos en la salida desde la carretera a Oza a Gabardito, poco más adelante de la desembocadura del barranco de Lenito y comenzamos la ascensión por la bien marcada calzada, acompañados por el griterío de los perros de la borda Catarecha.

Una vez pasados los perros caminábamos con tranquilidad y alegría entre el bosque y las paredes de las praderas cercanas cuando llegamos a un barranco. Bajaba crecido. Como siempre que surge algún problema en las caminatas Antonio tomó el toro por los cuernos y nos mostró cómo pasar a los demás. Y los demás lo emulamos más mal que bien, porque su agilidad es legendaria, pero metiendo las botas en el agua lo menos posible conseguimos, uno a uno, pasar el barranco y continuar con la calzada, ancha, empedrada a trechos, una verdadera obra de ingeniería.




El bosque se abría de vez en cuando y allá abajo teníamos al río discurriendo por el Plano de Santana después de haber atravesado la Boca del infierno. Eso mirando al sur. Hacia el norte los acantilados se sucedían. La Boca del Infierno es por donde atraviesa el Aragón Subordán las dos moles de Peñaforca al oeste y peña de Agüerri al este. Ninguna de las dos se divisa, lo que tenemos enfrente son los contrafuertes de ambas, Lo Tellau de lo Faito al oeste y la Faxa de Agüerri al este.

La calzada va subiendo poco a poco pasa por la Planeta de lo Bozo, quizá el punto más alto, con el rugir del río en la garganta allá abajo y llanea después por el bosque de hayas.








De repente en la senda apareció el Castillo Viejo. ¡Qué sorpresa! Un castillo defensivo, como los de los fusileros, que se construyó allí para controlar a los contrabandistas.

Desde el castillo se inicia una bajada empinada, resbaladiza en algunos puntos, por el tupido hayedo. Despacio y haciendo un montón de fotos por los colores del bosque, fuimos bajando hasta encontrar la carretera, la cruzamos y por el escondido puente de Lo Sacadero cruzamos a la plana donde están los restos del antiguo campamento de San Juan de Dios. Allí la senda se divide: la senda de Los Ganchos al sur y al este la nuestra que asciende saliendo de la pradera e internándose en el bosque.





Unos senderistas nos avisaron de que el barranco del Xardín bajaba crecido, y luego encontramos a otro, solitario, que nos dijo que venía de Oza y que con mucha dificultad había cruzado el barranco. Muchas veces nos creemos los reyes del mambo y que podemos hacer cualquier cosa, pero la realidad nos pone en nuestro sitio. Llagamos al barranco y bajaba una cantidad de agua tremenda. Imposible pasarlo. Ni intentarlo siquiera.




Nos dimos la vuelta ante la adversidad. A poco encontramos a un gran grupo que subía, les dijimos cómo estaba el barranco y se dieron la vuelta también.

En la pradera de San Juan de Dios tomamos la senda de Los Ganchos y hacia el sur. Dejábamos Oza para otra ocasión. No obstante, la senda de Los Ganchos tampoco es una perita en dulce. Para empezar, nada más dejar la pradera, se ha de vadear un barranco con bastante agua y luego pelear con un notable repecho en una senda a veces embarrada y resbaladiza.









El hayedo es magnífico, adobado con algunos oscuros abetos, y las vistas hacia la vertiente derecha, excelentes, con los imponentes tajos de Lo Tellau de lo Faito y Lo Crapal. Más adelante se oye con claridad el despeñarse del agua del barranco Agüerri. Algunos temimos por el cruce de ese potente barranco, infundadamente, pues un magnífico puente de hierro lo cruza ofreciendo además un inmejorable punto para fotografiar el barranco crecido.


Se hacía hora de almorzar. Paco se adelantó y al otro lado del puente, a la vera del barranco, encontró un buen sitio. Nos unimos a él y sentamos nuestros reales al solcito, en las rocas de la orilla. De la comida poco se puede decir. Máxime cuando tenemos a gala los banquetes sabatinos. Digamos que fue un tentempié para matar el hambre y, principalmente, para descansar. Al otro lado del río otro grupo paró también a comer algo.







Los que íbamos rezagados encontramos nuestro grupo en los coches charlando con el grupo del otro lado del río. Resulta que eran también andaluces, algunos malagueños, y habían aparcado al lado de nuestros coches. ¡Qué casualidad!

Después de la charla bajamos hacia Siresa para detenernos junto al monasterio. Una obra impresionante por sus dimensiones y buena factura. El monasterio es austero cuanto cabe. No tiene más adorno que el llamado “Moro”, una pequeña escultura con dos figuras arrodilladas frente a frente, indistinguibles desde el suelo, y un crismón en la portada occidental.




Plaza del Ayuntamiento de Ansó
Cervezas artesanas reparadoras

Día 2 de noviembre, martes. Bosque de Labati. 10,5 km, 700 m de desnivel.

Para este día la previsión era lluvia por la tarde. Preparamos por tanto una excursión mañanera desde Aragües del Puerto al refugio de Lizara donde habíamos reservado comida. Teníamos además nuevos caminantes: Javier y Rufo, dos colegas de Zaragoza.

Partimos del polideportivo de Aragüés. Estábamos en la orilla derecha del río Osia y la senda comenzaba por la izquierda. Esa fue la primera dificultad. Afortunadamente el cauce era muy ancho, el río bajaba bastante desparramado y lo pudimos cruzar sin problemas.


La senda principia por zona de matorral, pero enseguida se mete en un bonito bosque de pino mezclado con otros árboles de hoja caduca con colores otoñales. El día era magnífico para caminar, buena temperatura, sin viento, y con sol de vez en cuando.

El camino al principio sube para enseguida llanear bastante cerca del cauce del río. Después salva otro repecho para coger una antigua acequia por la falda del cerro del Cotato. Este trecho del camino es especialmente placentero por el bosque, por la humedad, por el poco esfuerzo que requiere. Un poco elevado sobre el río, llega el rumor de las aguas que conjugado con los colores otoñales hace el camino agradabilísimo.









Más adelante se llega casi al nivel del río y hay un pequeño ramal de la senda que se acerca a una presa por donde saltan las aguas del Osia. Es el mirador de la Cascada, un perfecto final para este trozo del trayecto porque enseguida la senda desemboca en la carretera a Lizara.



Bajamos al puente del Abati para cruzar a la orilla derecha y continuar por el camino de la Resiega que va entre el puente y la zona de los Corralones. Paseo por el bosque al principio subiendo, después casi llano, disfrutando sobre todo de las vistas a la vertiente izquierda del valle, a la que baja de la sierra de la Estiba, con sus roquedos, oscuros abetos y amarillos serbales y hayas.





En Los Corralones tomamos una sendita que va por la orilla izquierda del barranco de la Cueva del Oso, con el aliciente de las aguas del barranco despeñándose a nuestro lado.

Disfrutamos del agua y de sus saltos… hasta que la senda cruzaba a la orilla derecha del barranco. Entonces renegamos de tanto caudal. Antonio cruzó sobre unos peñascos e intentó ayudar a los demás, pero antes de decidirnos recapitulamos lo que quedaba de excursión. Había que cruzar con mucho riesgo, después había como 4 barrancos que caían desde las Crestas del Gallo al barranco de la Cueva del Oso, había que cruzarlos y no sabíamos cómo estarían los pasos; finalmente, más arriba otra vez la senda volvía a la orilla izquierda. Este cruce era muy arriesgado y los que nos quedaban podían ser peores. Decidimos dar la vuelta, volver a la carretera, dejar el sendero de la Cueva del Oso para mejor ocasión y subir hacia Lizara por la carretera. Los barrancos nos estaban dificultando seguir las excursiones planeadas.



La carretera ofrece unas vistas maravillosas enfrente, sobre los bosques y peñones de la ladera que cae desde punta de Napazal. Más adelante, disfrutamos de un bosquete de tejos y de una vía ferrata bien equipada en los tajos de la Plana de Lizara, llegando sin más contratiempo al refugio.










Por la mañana, cuando habíamos dejado los coches en el refugio, se veía el macizo de Vernera con una capita blanca, de granizo o de nieve. Ahora estaba totalmente cubierto por negros nubarrones que presagiaban lluvia. Por eso al refugio nos llevamos los impermeables, por si acaso.

En el refugio tomamos nuestras cervezas o vinos de aperitivo hasta que la comida estuvo lista: lentejas y pollo. Escueto menú que nos supo a gloria, más con el agua que estaba cayendo fuera. Parece que el primer plato de los refugios es lentejas por sistema.


Salimos con un poco de lluvia, bajamos al polideportivo donde teníamos el coche pequeño, nos despedimos de Javier y Rufo agradeciéndoles su compañía y regresamos a Ansó.


Día 3 de noviembre, miércoles. Jaca.

Otro día que predicen lluvia. Poca, pero lluvia casi todo el día. Barajamos hacer la travesía de Fago a Ansó y al final decidimos no arriesgarnos e ir a hacer turismo a Jaca.

Salimos de Ansó con el cielo bien encapotado. Al llegar al puerto de Ansó, enfrente, por el puntal de Romaciente, se abrieron un poco las nubes y apareció el blanco de la nieve. ¡Nieve! Esta noche pasada la lluvia había sido nieve muy cerca, a 1000 m o menos. Todos nos alegramos de ver la nieve.

Al llegar a Echo giramos al sur. Paco, que conduce con un ojo y el otro la lleva en el paisaje, vio por el retrovisor la nieve al norte de Echo. Paramos e hicimos multitud de fotos al cerro Puyals nevado. Después continuamos a Jaca por la vera del Aragón Subordán crecido por la lluvia nocturna.

La primera visita fue, como no, a la catedral. Comenzamos por los ábsides y después por la Lonja Chica. Ahí echamos más tiempo porque los capiteles que tiene son preciosos, incluso la copia del del rey David y los músicos es muy buena.

Pasamos después a la iglesia donde destaca el crismón de la puerta occidental. Tiene una talla perfecta, finísima, con dos leones rampantes sujetando al crismón. En el círculo que rodea el crismón está la leyenda:

Lector, en esta escultura debes interpretar esto: que P es el padre; A es el hijo. La doble es el Espíritu Santo. Estos tres son en realidad el único y el mismo señor.

En la base del tímpano se escribió:

Si quieres vivir, tú que estas sometido a la ley de la muerte, ven aquí suplicante, renunciando a los `placeres envenenados. Limpia tu corazón de pecados para no perecer de una segunda muerte.

Sobre los leones un par de leyendas más: el poderoso león aplasta el imperio de la muerte, y sobre el otro el león sabe respetar al caído y Cristo al suplicante.









Pasamos luego al museo diocesano. Hay una serie de capiteles muy buenos en el claustro como los del rey David, el sátiro y las harpías, no obstante, lo mejor del museo son las pinturas románicas sacadas de iglesias ruinosas y llevadas a este museo donde se han hecho espacios con las mismas dimensiones que tenían esas iglesias para poner las pinturas según estaban; son verdaderas maravillas de los siglos XII y XIII. Una serie de vírgenes y cristos también románicos, extraordinarios. Y hasta algunas rejas preciosas.

Venir a Jaca significa venir al museo diocesano.











Nos acercamos a las Benitas a ver el sarcófago de Doña Sancha, pero los miércoles cierran. El recorrido a las Benitas tuvo la compensación de que ahí al lado estaba el restaurante de Las 3 ranas que nos había recomendado Álvaro; entramos y reservamos para comer.

Tomamos un buen aperitivo al lado de la puerta de la catedral y cuando quisimos visitar la Ciudadela era ya tarde y estaban a punto de cerrar. La dejamos para la tarde.

En Las 3 ranas comimos opíparamente, con unas raciones que no nos las podíamos terminar. Entramos casi de los primeros y salimos de los últimos. Yendo tantos las comidas se alargan mucho.



Álvaro había hecho compromiso a una chica de Ansó para que nos enseñara el museo del Traje típico. Nos esperaba a las 5. Eso nos obligó a dejar la Ciudadela para otra ocasión y salir pitando hacia Ansó. En el camino aún hicimos alguna foto a las montañas nevadas.



El museo de Ansó es pequeñito, pero los trajes que exponen son curiosos y muy bonitos. Echamos un buen rato allí. Y luego al hostal a preparar la mochila o maleta.






Día 4 de noviembre, jueves. Regreso.

Después de desayunar emprendimos el camino a Zaragoza.

Foto de despedida en el Hotel Kimboa

Como teníamos que devolver los coches a las 3,30, a la hora de salida del tren, queríamos dejar el equipaje en los coches, salir a hacer turismo a la ciudad, volver y entregar las llaves de los coches. La señora de OK todo era poner pegas a esta idea. Menos mal que apareció el muchacho que se encargaba de los coches, nos hizo sitio en el aparcamiento de OK, y eso nos permitió seguir con nuestro plan. Hay quienes ponen pegas a todos y otros que solucionan los problemas.

Fuimos a la Aljafería. Justo al llegar a la puerta comenzaba una visita guiada. Nos unimos a ella y visitamos ese palacio erigido por los árabes y embellecido también por Fernando e Isabel. Muy bonita e interesante visita.











A la salida le preguntamos a un guardia de seguridad dónde comer. Nos mandó a Casa Emilio. El restaurante estaba fatal, con mesas que no se habían retirado los servicios, una sola señora para servir… lo menos indicado para una comida rápida. Y el tiempo apremiaba. Manolo, tan resolutivo, nos sacó de allí y comenzamos a andar hacia la estación. Pasamos por un bar-restaurante con menú del día, entramos, nos acomodaron en el sótano y enseguida nos sacaron bebida, tomaron nota y empezaron a venir los primeros platos. Aún no habíamos terminado con ellos y ya traían los segundos. Comimos rápido y más rápido aún fuimos hacia la estación porque el tren se nos escapaba. Recogimos las maletas, dejamos las llaves de los coches en el buzón y zumbando a la cola para entrar al AVE.

Taxi en la estación a Torre del Mar, a Nerja y Fini y Antonio de Nerja a Granada.

FIN DEL VIAJE