Participantes: Luis, Lucía, Manolo, Lola, Paco Zambrana, Antonio Usieto y Jesús
Distancia recorrida: 8,6 km
Desnivel acumulado: 435 m
Desayuno en la gasolinera Geroil. Minúsculos pitufos con aceite. A unos 3€.
Con los viajes a Soria y Creta el
grupo de los jubilados ha estado con muy poca gente. Aun así, han mantenido el
pabellón alto y han salido todos los miércoles. Hoy, primer día después de los
viajes, requeríamos una salida cortita. Manolo, que tiene propuestas para todo,
ha buscado una ruta para llegar al vértice geodésico de Galeras y Usieto ha
buscado restaurante donde almorzar.
Salimos de la parte alta de la
urbanización que hay encima de Chilches pueblo, por el camino de Macharaviaya
que es el que va siempre hacia arriba, en dirección noreste primero y norte
después, por la loma del Cotarreño, dando vistas al arroyo del Cañuelo al este
y al arroyo de Juan Gálvez al oeste. Estos arroyos deben tener muy poca agua
porque tanto a un lado como al otro todo está yermo, sin un trocito de
aguacates o mangos que habría si hubieran encontrado algo de agua.
La mañana estaba serena, con una
brisita de levante que aliviaba en parte el calor. No obstante, pronto hemos
comenzado a sudar con la cuesta. El terreno todo seco. Aquella lluvia de Semana
Santa hace tiempo que se evaporó y lo que queda en el campo son bolinas y
marrubio, secos, con algún cardo yesquero en flor.
El camino toma dirección norte en
el cerro del Maricón y entonces, hacia el este, se da vista al valle del arroyo
de la Ermita de Benajarafe y en él se ven invernaderos, plantaciones de
frutales y balsas, con más o menos agua. Este valle tiene agua y sustenta
explotaciones agrícolas.
El cerro de las Dieciocho Obradas
obliga al carril a subir y bajar con empinados repechos y más adelante el cerro
al frente ya es Galeras, nuestro objetivo primero que alcanzamos con facilidad.
Un muchacho joven, alto, atlético nos había adelantado hacía un rato y ahora
apareció subiendo a Galeras corriendo. Antonio ha pegado la hebra con él y nos
hemos enterado que era irlandés y que solía venir todos los días a hacer un
poco de ejercicio.
Después de hacer las fotos de
rigor hemos bajado, siguiendo el carril de Macharaviaya hacia el norte con el
pueblo allá abajo, ya cercano, y la aldeíta de Benaque sobre él. El carril
llega a unirse a la carretera de Macharaviaya, pero como ese no era hoy nuestro
objetivo hemos dejado carril y carretera para tomar un carrilillo sin uso al
sur, siguiendo el track que Manolo traía. Este carrilillo baja por una cañada
paralela al arroyo Santillán, deja las ruinas de un cortijo a la derecha y, al
llegar al arroyo Santillán hemos dejamos el carrilillo para ir un corto trecho
por el cauce del arroyo que nos ha sacado a otro carril que sube al cortijo del
Perdido.
No hemos llegado al cortijo, sino
que por otro carril hemos ido al sur hasta una loma donde el carrilillo se
pierde. Desde la loma se divisa bien la gran construcción del hotel La Casona
del Molino, abajo, en la conjunción de la cañada de Garín con el arroyo
Santillán. No íbamos al hotel, pero sí cerca de él. Hemos bajado campo a través
hacia unos olivos en lo hondo de la cañada Garín y al lado del hotel hemos
tomado el carril que sube al sureste hasta alcanzar la cresta de Lo Vicente.
Había que bajar al este, al
arroyo de Juan Gálvez, y lo hemos hecho campo a través primero por el terreno
yermo y luego por unas parcelas incultas. Por el arroyo pasa el carril que nos
interesaba para remontar con suavidad la loma del Cotarreño y llegar al lugar
donde teníamos aparcados los coches.
Un recorrido cortito, sin grandes
desniveles, propio para una mañana tranquila, de charla. Solamente advertir que
no tiene sombra y hay que caminar al sol, así que es más bien una ruta de
invierno que de verano.
Quedaba la parte lúdica: la
comida en el restaurante. Antonio había reservado en Casa Reyes, en la plaza de
Moclinejo. Hacia Moclinejo hemos salido con los coches y hemos aparcado a la
entrada del pueblo, en un aparcamiento público con moreras, a 5 minutos del
restaurante.
Moclinejo está limpio, blanco,
resplandeciente, digno de visitar. En la plaza, como era temprano para el
almuerzo, hemos tomado una cerveza para aliviar la sed y un vino blanco que
quisimos fuera “Juanito”, a sugerencia de Paco, pero que ha resultado ser Lagar
de Cabrera. Estaba bueno. Paco recordaba que hacía 20 años había venido a
Moclinejo, había tomado vino blanco Juanito y le había gustado tanto que subió
después varias veces a comprar el vinillo seco de moscatel. El tiempo pasa y
parece que también el vino blanco Juanito a granel ha evolucionado a vino
embotellado.
En el restaurante nos habían reservado una mesa con excelentes vistas y al fresquito. Hemos comenzado con un par de platos de migas, compartidos, que nos han sabido a gloria, y luego un menú del día. Para unos, gazpachuelo y para otros, porra de primero. Los segundos han sido más variados: boquerones, pollo, carrilleras y chuleta de cabezada. Un lugar para repetir.
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