Participantes: Pili, Paco Ponferrada, Rafa, Lola, Carlos, Victoria, Paco Hernando, Manolo, Lili, Antonio de Fornes, Antonio Usieto y Jesús
Distancia
recorrida: 13,2 km
Desnivel acumulado: 845 m
Desayuno en el Puerta Nazarí de Órgiva. Buen aparcamiento, buen pan, buen jamón, pero servicio lento, a 3€. Un sitio conocido y recomendable.
Cuando
hablamos de Sierra Nevada siempre tenemos in mente las altas cumbres y las
interminables lomas. Pero hay muchas Sierras Nevadas. Sin ir más lejos la
recorrida hoy. Una ruta preciosa, corta, sin mucho esfuerzo, digna de figurar
en los recorridos habituales de cualquier grupo.
Vamos
con las cosas bonitas de esta ruta.
Primero
los almendros en flor tachonando con su blancura campos y lomas, aunque este
año tienen menos floración que otros, quizá debido a la sequía.
Los
pueblecillos: Mecina y sus dos barrios, Mecinilla con unos rincones y tinaos
inigualables y Fondales ofreciendo su ermitilla a ras de suelo nada más llegar
al pueblo y Ferreirola que lo paseamos entero, con sus estrechas callecitas, su
fuente y lavadero. Sin duda estos son de los pueblos más bonitos y auténticos
de la Alpujarra granadina, hoy, desgraciadamente, casi desahabitados.
Esos
son los pueblos recorridos, pero están también los pueblos vistos en la
distancia recostando su blancura en las lomas: Capilerilla, Pitres, Atalbéitar,
Pórtugos y Busquístar en el valle del Lanjarón se ven a lo largo de casi todo
el recorrido, y Torvizcón y Almegíjar en la cuenca del Guadalfeo, desde Cerro
Corona.
Hemos
disfrutado también del río Trevélez, cruzado por dos puentes, con sendos
molinos a su vera, fruto quizá de la existencia de esos mismos puentes que
facilitarían llegar allí con el grano. Además, uno de los puentes es natural:
un enorme peñasco encajado en la garganta del río y la tierra y plantas
crecidas sobre él; el otro es el que llaman “romano”, aunque seguro es
posterior. El Trevélez en esta zona exhibe unos increíbles cahorros de no más de
un par de metros de anchura, profundísimos, con el agua rugiendo al
atravesarlos.
Otro
atractivo son las huertas de los pueblecillos con esas diminutas parcelitas rodeadas
de muretes de piedra, muchas incultas, con árboles en los linderos y algún
castaño enorme. Los árboles de las huertas, los chopos de las riberas, los
sauces con sus amentos abiertos asomándose al río, los fresnos con sus incipientes
hojuelas, los desnudos castaños, todos creciendo al amor del agua de las
huertas. Mientras, el secano de la loma Campuzano y el cerro Corona están
tapizados por un tupido encinar.
Digno
de mención es también el aljibe Campuzano. Un depósito ancestral de agua, de
los siglos XII-XIV, al borde mismo del camino, que seguramente aliviaría la sed
de agricultores, pastores, arrieros y bestias a cambio de alguna moneda para el
cuidador.
Y
quedan aún las escarihuelas de Campuzano y Panjuila, esas sendas empedradas que
con sus innumerables zigzags y adaptación al terreno superan paredones casi
verticales. Impresionantes. Cuando se recorren por primera vez, uno ya jamás se
olvida de ellas. Lástima que la de Panjuila esté muy dejada y deteriorada; ese
legado ancestral se debería conservar a toda costa.
En
el recorrido de regreso están también las fuentes, todas con su característico
sabor acídulo y ferruginoso, en especial la de la Gaseosa.
De
todas estas bellezas y singularidades hemos disfrutado siempre que hemos hecho
esta ruta, pero hoy hemos añadido una nueva: el ascenso al vértice geodésico de
Cerro Corona. Sabida es la querencia de Manolo por los vértices. Ayer,
estudiando la ruta, descubrió la existencia de ese vértice, buscó un track para
llegar a él y hoy, pues claro, nos ha hecho subir. En su descargo hay que decir
que ha ofrecido la alternativa del carril a quien no quisiera ascender. Todos
le hemos seguido y todos hemos llegado al vértice, aunque los más retrasados se
han quejado de que no se les haya esperado siquiera para saber por dónde tenían
que ascender. El descenso, primero al este por la cresta y luego al sur a
buscar el carril, mucho mejor que el ascenso.
Hemos
almorzado en el molino de Panjuila. Almuerzo pantagruélico, con viandas
deliciosas todas. Destacar, porque aparecen pocas veces, los huevos con anchoa,
la coliflor y los huevos nevados de postre. Cuatro botellitas de Rioja y media
de Toro. Otra de Ribera ha vuelto a la mochila.
Día
nublado, con viento fresco. La calidad humana ha compensado con creces el
desabrido día.
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