Paricipantes: Fini, Antonio
Muñoz, Paco Ponferrada, Rafa, Manolo, Paco Hernando, Lily, Antonio Usieto,
Antonio de Fornes y Jesús
Los primeros miércoles de mes son
especiales desde que se instituyó la norma de celebrarlos con una comida en
restaurante. Se prepara una ruta cortita, que no nos deje exhaustos, se busca
un lugar para almorzar cerca de la ruta, y se unen las dos cosas: caminata por
el monte y ágape servido en mesa.
En esta ocasión la ruta elegida,
el arroyo Marín, es un recorrido cortito, llano excepto la entrada y salida al
lecho del arroyo, y muy agradable.
Partimos de unas naves
industriales, frente al polideportivo de Archidona, por un carril con la
indicación de “Arroyo Marín”, en una mañana serena, sin nubes, templadita, que
anunciaba un día muy agradable, un poco caluroso para ser noviembre.
El carril baja por la ladera
derecha del valle, bastante empinado, proporcionando una estupenda vista de
todo el valle hacia el sur, con el bosque de ribera que jalona el arroyo.
Bosque en el que llaman la atención los fresnos, quejigos y sauces, acompañados
de chopos, encinas, bayón, rusco, etc. Los fresnos y sauces con el color
cobrizo, otoñal, los chopos ya sin hojas, y los quejigos y encinas
impertérritos con su verde habitual.
Paseamos el sendero paralelo al
arroyo, con su poquito de agua aún, bajo el dosel del bosque de ribera,
acompañados de los trinos de los pájaros. Lástima que no tengamos a nadie capaz
de distinguirlos, pero aparte de la vegetación, la observación de las aves debe
ser muy placentera en este entorno.
Termina el carril y sendero
cuando el valle se estrecha. Deseoso de más caminata nos hemos introducido
entre la maleza unos metros, pero pronto las zarzas nos han impedido continuar.
Aún hemos estado un ratito entre la maleza disfrutando del rumor de la
corriente del arroyo, hasta que hemos dado la vuelta siguiendo el camino de
ida. La cuesta de salida del valle se ha hecho larguita por el calor y por la
falta de un soplo de viento.
Como era temprano hemos atacado
la segunda parte del programa: subir al cerro del Conjuro. Con los coches hemos
subido al puertecillo que separa el cerro del Conjuro al este del santuario de
la Virgen de Gracia en el cerro del oeste.
Del puertecillo hay senda bien
marcada hacia el este, ascendiendo por el cerro desnudo. En la subida, al
noroeste, se abre el valle de la Hoya completamente cubierto de olivos. El
paisaje del valle, constreñido entre dos crestas montañosas, con las rectas
hileras de olivos perpendiculares a las crestas, es muy llamativo y bello. Más
arriba, la vista al oeste, al blanquísimo santuario y a la llanura hacia
Antequera, también merece una paradita para disfrutarla.
En la cima del cerro debió haber
fortificación a juzgar por los muros de piedra que rodean la llanurilla
superior que imaginamos sería el patio de armas del hipotético castillo. En él
está el vértice geodésico del Conjuro. Un trofeo más a añadir a la larga lista
de vértices que Manolo colecciona.
De regreso nos hemos acercado al
santuario. La muralla es atravesada por una entrada en zigzag, hecha de
ladrillo, con sus arcos ojivales, muy bonita. El santuario, muestra el
contraste de la blancura de la cal y el ocre del ladrillo, todo limpísimo, muy
agradable. Y en la capilla son dignas de mención 6 u 8 columnas de mármol
seguramente reaprovechadas de alguna construcción romana. Merece una visita el
santuario.
Terminado con éxito el segundo
objetivo nos quedaba el tercero: el disfrute de la comida y bebida en agradable
compañía. Hemos comenzado tomando una cervecita en la preciosa Plaza Ochavada, a
la sombra, mientras contemplábamos la excepcional obra de ladrillo, tan
simétrica, tan relajante.
Queríamos ir a comer al Picasso.
Estaba cerrado, pero al lado está el Restaurante Central así que a él hemos ido
a parar. Ensaladas de tomate, aguacate, gambas, cebollita, nueces y pasas;
torreznitos crujientes y sabrosas mollejitas han sido el aperitivo. Después
espárragos con jamón, rabo de toro y manitas de cerdo han servido para rellenar
el hueco que nos quedaba en el estómago. Tartas de pistachos y de chocolate más
algunos cafés para terminar.
Con todo eso más algunas
botellitas de Rioja que no podían faltar en la Vinoteca, a casa.
¿Quién no va a querer salir a
“caminar” los primeros miércoles de mes? Yo me apunto para el 7 de diciembre.
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