Participantes: Pili, Paco, Enrique, Antonio de Fornes, Lucía, Luci, Ricardo, Antonio Usieto, Manolo, Jesús
Distancia recorrida: 20,2 km
Desnivel acumulado: 1050 m
Desayuno en la gasolinera de Nerja y cervecita final en Molvízar. Las dos Lucías tuvieron la deferencia de invitarnos a uno y otra por haber sido Santa Lucía el lunes. FELICIDADES a ambas. ¡¡¡VIVA SANTA LUCÍA!!!
Esta ruta se la debemos a Pilar.
Ella la sugirió y los que solemos proponer rutas se lo agradecimos en el alma
porque muchas veces echamos de menos un poco más de colaboración de los
caminantes. Gracias Pilar.
Molvízar nos recibe con la
amabilidad del aparcamiento a la entrada del pueblo y la incomodidad del hedor
de los desagües al río. Hicieron un lindo paseo a lo largo del río, debajo de
las casas del pueblo, pero no hay quien lo use por el mal olor.
Entramos en el pueblo y lo
cruzamos de punta a rabo saliendo por el camino del cementerio. Esta excursión,
tan bonita como es, tiene el inconveniente de los tramos del pueblo a la sierra
a la ida y de la sierra al pueblo en el regreso. Hay que pasar por esa serie de
solares, casas, cultivos y baldíos, feos, sin gracia, y con un buen desnivel.
Es el peaje a pagar por llegar al carril que va por toda la base de la sierra.
Una vez en el carril lo
sustituimos por la sendita sobre él y comenzamos a disfrutar de esa sierra del
Chaparral, dolomítica, con el matorral típico de aulaga, romero, romero macho,
sanamonda, lentisco y espino albar. Con la sequía tan tremenda que tenemos no
había ni una brizna de hierbecilla verde, cuanto menos plantas florecidas,
excepto aulagas, romero y algún clavelillo.
Mientras la senda va por el pie
de la sierra se tienen unas bonitas vistas de Molvízar, Salobreña y las vegas
del Guadalfeo, hasta que llegados cerca del cerro Espartinas dejamos la
placidez de la senda llana para enfrentar la subida. La primera etapa de subida
es cortita: hasta el mirador, donde el cartelón informativo está ya casi
totalmente comido por el sol. La segunda etapa es ya harina de otro costal. Hay
que atarse los machos y emprender el ascenso con parsimonia porque es largo. No
obstante, la senda tiene buen piso y está perfectamente trazada, con inclinación
uniforme, dando zigzags de un lado a otro del barranco del Búho.
De vez en cuando hay que parar
para solazarse con el panorama al sur de cultivos verdes, de pueblos blancos y
de mar azul intenso. Pero es mejor parar poco para no perder el ritmo y llegar a
la cresta. Al llegar a ella la vista de los Guájares y Sierra Nevada paga con
creces el esfuerzo de la subida. Y de ese panorama a sur y norte seguimos
disfrutando porque la senda va por toda la cresta, muy bien hecha, con sus
albarradas en los tramos en que son necesarias.
La senda se construiría para
repoblación forestal, porque no es medio de comunicación entre sur, Salobreña-Molvízar,
y norte, los Guájares, pero la repoblación que se hiciese el fuego se la llevó
después y ahora los pinillos que van cubriendo la ladera son de repoblación
espontánea.
En la “Ventana” tomamos el
Ángelus para continuar después cresta adelante, al oeste, ganando altura cerro
tras cerro. La dolomía es sustituida arriba por esquistos y pizarras negruzcas,
muy fértiles, por eso en esa zona de la cresta hay olivares, viñas y castaños,
amén de casitas poco utilizadas. Las viñas han dado lugar a los vinos dulces y
secos de Molvízar e Ítrabo y aún se siguen cultivando para esos vinos de
cosechero principalmente.
El día había amanecido sereno,
despejado, pero hacia el mediodía se movió el levante que formó un buen
nubarrón. Sin sol y con el vientecillo afilado no apetecía parar, sino caminar.
Así pasamos casi sin parar por la Guindalera, máxima altura, y descendimos al
camino de Ítrabo.
Cuando ya rayaba la hora del
almuerzo llegamos a un colladillo donde hay un área recreativa con pinos y
mesas. “Ese es el sitio ideal para la comida” dijeron algunos. Para allá que
fuimos, pero los collados son sitios ventosos, propios de verano, no de invierno,
de modo que tuvimos que buscar acomodo en la hierba seca de un olivar en un
lugar relativamente resguardado.
Comida tranquila, con el debido
tiempo para la preparación y con la debida parsimonia en la circulación de
fiambreras. Se diría que vamos aprendiendo a comer con calma. Chacinas varias,
lomo en manteca, panceta, aguacates mejor o peor aliñados, tortilla, carnes en
diversas preparaciones y quesos. Vinos de Granada, Somontano, Bierzo y Rioja.
Tés y bombones.
Desde el restaurante bajamos
primero por carril y luego por senda a la pista que rodea la sierra. Nos acercamos
a unas antiguas minas y estuvimos rebuscando piedrecillas verdes y azules de
malaquita y azurita. Algunas encontramos, más bien pocas porque deben recibir
visitantes de vez en cuando.
Y de la mina a Molvízar, con
parada en la plaza para tomar una cervecita con tapa, como si no hubiéramos
comido hasta hartarnos. Excelente caminata. En invierno no debemos olvidar la
sierra del Chaparral.
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