Sierra de Gibalto. 19 enero 2022.
Participantes: Paco Ponferrada, Victoria, Lily, Paco Hernando, Antonio Usieto, Antonio de Fornes, Ricardo, Manolo, Jesús.
Distancia recorrida: 10 km.
Desnivel acumulado: 830 m.
Desayuno en el bar La Tinaha de Periana. Unos pitufos pequeños con aceite y tomate a 3,20€. Caro. Tiene la ventaja de estar en la carretera.
Según nos acercábamos surgían las
dudas de si lo tendríamos con niebla, ya que el Vilo la tenía y el valle de
Alfarnate también, pero en cuanto hemos sobrepasado el puerto de los Alazores
hemos visto la sierra del Gibalto luciendo completamente despejada al sol.
Después de más de 10 años nos decidimos a
volver al Gibalto. Al cabo de tanto tiempo no sabíamos si todo estaría cercado
o si se podría entrar. Justo al tratar de aparcar en el carril del cortijo de
La Parrilla salía del cortijo una señora bastante malcarada. Ha parado junto a
nuestros coches y nos ha espetado:
¿Van ustedes a caminar a la
sierra?
¿Tienen permiso del dueño?
Pues en el cortijo está mi
marido, hablen con él que la sierra es un monte particular y no se puede
entrar.
Con esta negra perspectiva nos
acercamos al cortijo, hablamos con “el marido” y después de un poco de
conversación nos dijo que fuéramos a la sierra, pero que si el guarda nos veía
que le dijéramos que habíamos entrado por nuestra cuenta sin haber hablado con
él.
Las cosas se habían arreglado.
Marchamos contentos hacia la sierra y a buen paso enfilamos las primeras
cuestas para quitarnos el frío porque venía un vientecillo helador.
Por el bosquecillo de cornicabras
y quejigos subimos al Hoyón donde quedan los restos de dos antiguos cortijos.
Del cortijo recostado en el cerro Forcales subía una sendilla de ganado hacia
el collado del Portillo, nuestro primer objetivo. Tratamos de ir al cortijo,
pero una cerca lo impedía y subía hacia el collado. Como nos habían permitido
la entrada como un favor decidimos no cruzar la alambrada y por el valle
adyacente subimos al collado.
Como queríamos ir al Forcales no
quedó más remedio que saltar la cerca. La subida al cerro, cómoda, y arriba,
con un buen sol y ya sin el vientecillo helado de la mañana, disfrutamos de sus
vistas al norte y oeste. Un ligero Ángelus y de nuevo en marcha.
Bajamos al collado del Portillo y
por el valle al este del cerro Gibalto remontamos hasta el llano superior. Con
Manolo en el grupo había que intentar ir al vértice del Gibalto. Desde nuestra
posición no se apreciaba en qué pico de la sierra estaba el vértice, de modo
que decidimos atacar la cresta por una grieta utilizada por el ganado y arriba
desplazarnos a sur o norte hacia el vértice. La subida fue muy trabajosa porque
la grieta era casi vertical. Al llegar arriba Paco hizo de vigía para constatar
que el vértice estaba muy al norte, demasiado lejos para llegar a él por esa
endemoniada cresta.
Estábamos decididos a bajar por
donde habíamos subido, pero Manolo se asomó a la cresta y vio que, al otro
lado, al oeste, teníamos la pradera a 10 m. Bajamos por allí y por el oeste
seguimos al cercano colladillo por el que se podía volver al este.
Hacía rato que habíamos visto un
coche el llano superior. Por donde regresábamos íbamos directamente al coche.
Pero no teníamos otra alternativa. Allí había un señor al que nos dirigimos y
le explicamos cómo habíamos llegado allí. El señor, Fernando, resultó ser el
dueño de la finca, tuvimos una amena charla con él, nos advirtió que le
llamáramos por teléfono para pedir permiso y nos dio su teléfono. No nos
permitió ir al Torcalillo porque estaban reuniendo las ovejas allí. Él mismo
nos ayudó a cruzar la verja para salir de su finca, el Gibalto, y volver a la
de la Parrilla.
No nos quedaba ya caminata salvo
el regreso. Comimos allí mismo en el llano superior y tratamos de llamar a
Fernando para ofrecerle un bocado y un vaso de vino, pero ya había marchado y
no había cobertura.
La comida muy parsimoniosa, como
debe ser. Gambas, chacina, boquerones en vinagre y mojama de aperitivo.
Ensalada de aguacate, tortilla de espinacas y judías verdes de primer plato.
Croquetas de bacalao y de carne, filetillos y algo más que olvido como platos
principales. Quesos de Júrtiga y extremeño. Vinos del Campo de Borja, de
Somontano, de Ribera y uno del Bierzo que sobró. Té y orujo. Comida digna de un
restaurante de cinco tenedores.
Bajamos despacio, charlando, para
encontrar al “marido” en el cortijo liado con un tractor. Le agradecimos su
permisividad y le ofrecimos la botella del Bierzo que aceptó con gusto.
Quisimos darle también una propina para que tomase un café y por ahí no pasó.
Nos enteramos que se llama Hilario.
Así que terminamos el día con dos
conocidos en aquellos predios: Hilario en la Parrilla y Fernando en el Gibalto.
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