Participantes: Fini, Antonio
Muñoz, Pili, Paco Ponferrada, Paco Hernando, Enrique, Ricardo, Manolo, Antonio
Usieto, Lily, Antonio de Fornes y Jesús
Distancia recorrida: 10,7 km.
Desnivel acumulado: 520 m.
Desayuno en el bar Oasis de
Villanueva de la Concepción. Buenos bollos, calentitos, con pan, aceite,
mantequilla y tomate. El del bar no ha preguntado qué habíamos consumido, sino
cuántos éramos, 10, pues 32€. Nos ha catalogado como posibles clientes y nos ha
ofrecido migas, callos, cazuela de cordero, sopa de picadillo, carnes, etc.
para almorzar. Lo tendremos en cuenta para otra ocasión. Hoy llevábamos las
mochilas repletas.
Poco más de las 9 llegábamos al
aparcamiento del centro de interpretación del Torcal. Fini y Antonio nos
aguardaban allí. Después de los saludos comenzamos el recorrido habitual por la
cresta del Torcal que da a Villanueva, con una mañana despejada, serena, sin
viento, luminosa y con buena temperatura para caminar.
Disfrutamos de las inigualables
vistas desde la cresta al sur, a Villanueva y hacia el mar. Bajamos hacia las
rutas señalizadas para entrar en la amarilla. En cualquier recoveco, en
multitud de roquedos, había cabras bien soleándose, bien triscando, alegrando
el panorama ya de por sí bellísimo del Torcal. En pocos sitios del mundo habrá
unas formas de erosión tan bonitas y curiosas como en el Torcal, con esas rocas
en torreones, con esos estratos tan bien delimitados, con esos peñascos en
equilibrio, con ese contraste entre la blanca caliza y el verde de hiedra,
encinas y zarzas. De vez en cuando alguna cornicabra ponía una nota de amarillo
y rojizo en el panorama.
Claro, con ese entorno, más que
andar estábamos parados, absortos, emocionados, con la belleza que nos rodeaba.
Tal como acostumbramos, en un
punto dejamos la ruta amarilla para internarnos al oeste en terreno poco
frecuentado. Las espectaculares formas de erosión continuaban, sin embargo, lo
que más atrajo nuestra atención fue un grupo de cabras sobre un roquedo allí al
lado nuestro. Había dos machos con cuernas tremendas, sobre todo uno de ellos,
el macho dominante, que prestaba toda su atención a una cabrilla que debía
estar amorecida. Nos ofreció un espectáculo inusual del cortejo acercando su
cabeza hacia la cabrilla, mirándola con fijeza, después acercándose a ella,
lentamente, con todo cuidado, tocando su lomo a veces, con una delicadeza, con
una parsimonia, que ninguno nos figurábamos podía darse entre dos animales tan
desiguales: un poderosísimo macho y una débil cabrilla. Estuvimos cerca de
media hora observando el espectáculo y las cabras sin inmutarse, como si no
estuviéramos. Merecía la pena porque son de esos espectáculos de los cuales
disfrutas una vez en la vida.
Con pena dejamos los animales
para continuar nuestra andada, siempre al oeste, por donde mejor nos parecía,
evitando zarzas y pasos complicados, procurando seguir el rastro de las ovejas.
Otras veces buscamos un valle a
la derecha para volver hacia las cercanías del aparcamiento, pero hoy nos ha
dado la vena exploratoria y hemos continuado al oeste hasta salir fuera de la
zona de roquedos, a unas tierras de labor. Hasta aquí bien. Mas había que
buscar un camino de regreso al noreste. Discutimos sobre seguir las huellas de
las ovejas para ir al cortijo del Navazo y subir por el valle del Madroño o
evitar ese rodeo explorando la zona que teníamos al norte. Elegimos esta última
opción con Ricardo abriendo la exploración. Pronto se nos complicó la caminata
y comenzamos a dudar sobre un camino u otro, ninguno bueno. Hasta que Antonio
Muñoz tomó la iniciativa yendo hacia la parte alta de la cresta que teníamos a
la derecha. Le seguimos y después de algunas vicisitudes logramos cruzar la
cresta y unir con la senda ya conocida del valle aledaño.
En ese valle disponíamos de track
y de sendita. El ritmo de avance se incrementó sensiblemente. Elegimos
continuar al este para llegar a la zona de las mesas a media altura. De allí a
las repisas, al tobogán de descenso entre la repisa superior y la inferior y a
la famosa Seta donde comimos y descansamos.
El regreso de la Seta al aparcamiento
era zona conocida, con senda marcada y sin obstáculos dignos de mención.
Un día estupendo por la compañía,
por la belleza de la ruta, por la incertidumbre de la exploración y por el
tiempo.
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