OTOÑO EN PIRINEOS. DEL 26 DE OCTUBRE AL 4 DE NOVIEMBRE
Participantes: Pili, Paco Ponferrada, Lucía, Enrique, Luci, Manu, Fini, Antonio Muñoz, Lily, Manolo y Jesús.
Día 26 de octubre, martes. Viaje
Después de algunas vicisitudes,
al final viajamos 11 porque Rafa no se recuperó de su lumbago.
Pili y Paco fueron al tren por su
cuenta, lo mismo que Enrique. El resto alquilamos un taxi desde Nerja a la
estación de Málaga. Cual fue nuestra sorpresa cuando en vez de un taxi para 8,
7 excursionistas y María Jesús que iba a Zaragoza, apareció un autobús. Quizá
al verlo tan grande nos dio por agruparnos, y en los 4 primeros asientos nos
acomodamos los 8.
La oficina de alquiler de coches
OK en la estación de Zaragoza está escondidísima. Hay que bajar a la estación
de autobuses, y en los andenes, en un extremo, está.
Rafa había contratado un coche
pequeño de 4 plazas y otro grande de 9. Estaban preparados, nos distribuimos 4
en uno y 7 en otro, con Manolo como conductor del chico y Paco del grande, y salimos
a comer.
El menú típico de Casa Royo es
ensalada y chuletas de cordero, ternasco se le llama en Aragón, a la brasa con
patatas fritas; de postre melocotón en vino. Todo regado con excelente vino del
Campo de Borja.
Una vez satisfecho el estómago
estábamos en disposición de acometer el viaje Zaragoza-Ansó. Cuando ya
divisábamos Ansó, hicimos una parada para recrearnos con el paisaje otoñal
tratando de capturar la belleza en un sinfín de fotografías.
En el hostal Kimboa nos esperaba
Álvaro quien lleva el hostal junto con su mujer, Vladi. Nos acomodamos por
habitaciones, primero las parejas y después los desparejados: Lucía y Lily,
Manolo y Jesús, y Enrique quedó solo en una habitación.
Después de deshacer el equipaje
cena en el hostal con gin-tonics para los que quisieron.
Negociación con Álvaro sobre la
hora del desayuno. Él quería a las 8 y nosotros a las 7,30. Resultado, desayuno
a las 7,45.
Día 27 de octubre, miércoles. Río
Veral. 10,8 km, 900 m de desnivel.
Desde Ansó a Zuriza, a lo largo
del río Veral, se ha recuperado el antiguo sendero. El trayecto es largo y para
este día queríamos hacer una excursión que nos permitiera volver a comer a
Ansó. Por eso lo principiamos en la borda de Ostias.
Dejamos un coche más arriba, por
donde esperábamos terminar y partimos de la borda Ostias.
La senda va subiendo muy
despacio, entre bosque, con unos colores otoñales preciosos, tanto en la senda
como en la ladera derecha del Veral bajo el puntal de la Cruz. En la fuente de
Pierra hicimos fotos de la fuente y del estanque donde se recogía el agua por
la belleza del colorido de las hojas depositadas en la superficie. En la borda
Saletas la senda desemboca en un carril que baja por el barranco Marcón a la
carretera, y por ella al puente Zabalcoch donde volvimos a la senda.
Llegamos a un área recreativa
junto al río con unas hayas imponentes, mostrando los amarillos y cobrizos
otoñales. Nueva sesión de fotos con ellas y con el río. Poco más allá la vereda
ascendía con fuerza por el lomo del barranco de Archincha, primero por un
tupido bosque y luego, arriba, por la pradera. Agradecimos la salida a campo
abierto para disfrutar del paisaje del valle del Veral hacia el sur: rocas y
cerros en la parte superior, entre praderas, y mezcla de verde oscuro, amarillo
y rojos en el bosque de las praderas hacia el río. ¡Qué bonito!¡Era el otoño
que habíamos ido a buscar en toda su plenitud!
En el recorrido las mejores
vistas estaban hacia el oeste, a la ladera derecha del Veral, con la loma
Valdorreta y las crestas donde descollaban el pico Godía y la peña del Ibón.
Más al norte la loma de Chillón y los imponentes tajos de la Agulla de os
Pastos que todos confundimos con Peña Ezcaurre, pero la Agulla tapaba a
Ezcaurre.
De repente, al final de una
subida, salimos del bosque a una pradera llana, y enfrente, al norte,
aparecieron unos inmensos paredones. Eran los contrafuertes del pico Espelunga,
el pico más occidental de la sierra d’Alano que compite en altitud y fiereza
con peña Ezcaurre.
Nos quedamos con la boca abierta
ante un espectáculo de tanta belleza: los blancos tajos del contrafuerte de
Espelunga sobrevolados por los buitres, debajo el cromatismo de abetos, hayas y
arces, delante una pequeña pradera verde rodeada de bosque otoñal. Era el sitio
ideal para hacer un pequeño Ángelus.
Con pena dejamos ese paraíso para
internarnos en el bosque. Pero la belleza no había acabado, la senda se metía
justo debajo de los tajos entre unas hayas descomunales. Caminábamos muy
despacio porque no sabíamos a donde mirar, a los verticales tajos del
contrafuerte, a los tajos de la Agulla de os Pastos al oeste, a los increíbles
colores de los arces, hayas y fresnos… Para colmo, debajo de la Agulla apareció
una cueva colgada en el cantil y dentro de la cueva un haya pequeñita.
Increíble panorama.
La placidez de este tramo terminó
con una abrupta bajada al barranco Transveral. Cruzamos el barranco, pero
nuestras cuitas no habían acabado. Ahora la senda subía entre pedruscos, casi
difuminada, hasta que más adelante apareció bien marcada. Seguímos bajo la
sombra protectora de hayas y abetos, bajo los contrafuertes del Espelunga y
enfrente, al oeste, los tajos al río por debajo de la loma de Chilón.
Salimos del agreste paso entre
Espelunga y Ezcaurre a un hayedo fenomenal justo por encima del río Veral.
Todos esperábamos que en cualquier momento la senda bajaría al río y lo
cruzaría hacia la carretera, pero nada, la senda seguía con pequeñas subidas y
bajadas, hacia el norte, sin aparente intención de cruzar el río. Los que iban
delante vieron la carretera enfrente, ahí cerquita y el río con muy poca agua,
y se decidieron a abandonar la senda, cruzar el río y llegar a la carretera.
Bajando hacia el coche tuvimos la
oportunidad de gozar de los tajos de los contrafuertes del Espelunga a un lado
y otro del barranco Transveral. Preciosos tajos y precioso bosque otoñal.
Nos metimos los 11 en el coche de
9 plazas hasta la borda Ostias y de allí con la composición acostumbrada de 7+4
llegamos al hostal Kimboa, un poco más tarde de lo que nos hubiera gustado,
pero Álvaro nos recibió muy bien y nos dio de comer aceptablemente excepto a
los que pidieron churrasco que estaba duro.
Día 28 de octubre, jueves. Valle
de Aguas Tuertas e ibón de Estanés. 19 km, 750 m.
La predicción daba buen tiempo
para hoy, por eso nos decidimos a esta larga caminata.
Por el valle de Guarrinza llegamos
hasta la prohibición de paso donde aparcamos para comenzar la caminata pista
adelante.
El valle de Guarrinza es un valle
glacial, amplio, con poco arbolado y mucha pradera, propio para el ganado, que
transmite calma, placidez, en medio de la sierra que nos separa de Francia al
norte y el áspero Castillo de Acher al sur. Esa placidez la conocían bien los
primeros pobladores porque Guarrinza está llena de dólmenes, menhires y
crómlechs mucho más que cualquier otro punto del Pirineo.
La pista se va acercando a una
morrena que cierra el valle al este. Dejamos la pista y sobrepasamos la morrena
por una senda muy transitada para subir al Achar de Aguas Tuertas.
El Achar es parada obligatoria
con una magnífica vista de todo el valle de Guarrinza ya caminado, a nuestros
pies. Pero lo más interesante esta al este, hacia lo nuevo. Y esta vista se
mejora cuando se sube al cerrillo que protege al refugio del cubilar de la Loma.
Desde allí se divisa un valle completamente llano, el valle de Aguas Tuertas,
muy amplio, surcado por los innumerables meandros del Aragón Subordán, por eso
lo de Aguas Tuertas o torcidas. Imposible imaginar con antelación la existencia
de un valle tan llano en medio de las abruptas montañas pirenaicas. Cerca, el dolmen
de Aguas Tuertas, pequeñito, aunque perfectamente reconocible, lugar idóneo
para descansar tanto de la caminata como de la vida.
La senda sigue al este unos
metros por encima del valle, en la ladera izquierda. Pasa al lado de otro
dolmen, pero lo que llama la atención continuamente es esa serie de meandros,
algunos cerradísimos, casi estrangulados, en la llanura herbosa de Aguas
Tuertas. La pradera la pastan las vacas y quedan en ella varios cadáveres
blancos de las últimas que murieron.
Conforme avanzamos por el valle
vamos acercándonos a la imponente sierra de Secús, pero lo más llamativo está
en el contraste de la blancura de la dura caliza de Secús, enfrente, con los
colores rojos y negruzcos de los friables y erosionados esquistos del rincón de
la Roya, a nuestra derecha.
Dejamos el Aragón Subordán para
subir al puerto de Escalé, con un crómlech pequeñito, y continuamos por una
serie de colinitas hacia Estanés. Esta zona es impresionante por la tremenda
sierra de Secús al frente, coronada por el puntal y la cúpula de Secús y debajo
una enorme pedrera. Las barranqueras que bajan de Secús junto al barranco de la
Roya forman el Aragón Subordán.
La excelente mañana se había ido
cubriendo de nubes, negras sobre Secús, y se había levantado un vientecillo
helado. Nos abrigamos bien y seguimos subiendo rodeando un peñasco hasta un
puertecillo donde se da vista al enorme ibón de Estanés, el más grande del
Pirineo.
La vista del ibón es subyugante.
Esa masa azul, allá abajo, rodeada por el verde de la pradera y el gris de las
rocas produce tranquilidad, no puedes apartar la vista de él.
Era la hora del almuerzo. Para
disfrutar de esa vista decidimos no bajar a la orilla, sino quedarnos arriba teniéndolo
a nuestros pies. Encontramos una cárcava debajo de un roquedo, relativamente
resguardada del viento y donde el sol nos daba cuando lo permitían los
nubarrones. Una vez acomodados salieron las viandas y el vino. Vino que si no
es por la enorme fuerza de Paco no hubiéramos logrado descorchar las tres
botellitas que llevábamos.
El frío que nos iba dejando
ateridos. Nos levantamos pronto para emprender el regreso. La tarde, con el
frío y los nubarrones, no estaba para bromas. Más valía recorrer cuanto antes
el camino y evitar mojarnos con ese frío. A buen paso regresamos por el camino
de venida.
Contrariamente a las previsiones
la tarde se fue suavizando y el viento amainando, tanto que, al llegar a Aguas
Tuertas, donde el Aragón Subordán nace por la unión de varios barrancos, nos
tumbamos un ratito al sol a la vera de esa corriente de agua cristalina que
iniciaba su largo recorrido desde estos altos valles al Mediterráneo.
De regreso, al pasar por la Selva
de Oza, las hayas estaban preciosas. Sin haber tenido árboles en todo el
recorrido se ve que teníamos hambre de bosque. Paramos e hicimos una buena
sesión de fotos con el suelo alfombrado de hojas y con las enormes hayas, ya
con la tarde decayendo.
Al pasar por la garganta de la
Boca del Infierno aparcamos en esas estrechuras para asomarnos a la profunda
grieta que ha tallado el río. Impresiona asomarse y ver el agua, rauda,
despeñándose, allá abajo. Unas paradas muy bonitas. Y de la Boca del Infierno a
Ansó directos.
Día 29 de octubre, viernes.
Bosque de Gamueta. 8 km, 450 m de desnivel.
El buen tiempo de martes,
miércoles y jueves había terminado. Para hoy anunciaban lluvia a partir de las
12. No mucha, pero lluvia. Por eso planeamos una excursión de medio día yendo a
comer al refugio de Linza.
Comenzamos a caminar por la
pradera del Plano de la Casa donde había un montón de bonitos caballos, en una
mañana muy nublada, aunque con buena temperatura.
Curiosamente la senda a Gamueta cruza la
cresta que separa el Plano de Gamueta por el Achar o Paso del Caballo y a ese
Paso nos dirigimos.
Terminamos las fotos con los
caballos y comenzamos con las hayas, grandes, poderosas, vestidas de amarillo y
ocre justo donde empieza el repecho al Paso. Las hayas eran un aperitivo de la
belleza del sendero entre Plano y Paso: roquedos cubiertos de musgo, alfombras
de hojas, troncos grises de las hayas, matorralillos diversos… mientras
avanzábamos a la blanca abertura del paso del Caballo. ¡Qué subida más bonita!
Y no menos bonita era la vista
desde el Paso tanto hacia el Plano, allá abajo, como hacia el hayedo, más o
menos llano, de Gamueta. Nos internamos en el bosque, llaneando placenteramente
por el hayedo, limpio de matorral, con sus lisos troncos plateados, y el suelo
empedrado de hojas. De vez en cuando una añosa haya sobresalía del conjunto y a
ella nos abrazamos solicitándole un poco de su fortaleza.
No todo es hayedo en Gamueta.
También hay amplios calveros convertidos en praderas que son los que han
mantenido al ganado. Esa simbiosis de hayedos, praderas y ganado es lo que ha
hecho que se considere a Gamueta como uno de los ecosistemas mejor conservados.
Y el día nublado, con las crestas cubiertas por la niebla, ayudaba a vivir ese ecosistema
en su salsa.
El sendero va paralelo al
barranco de Gamueta, baja al cauce de una de las dos cañadas que forman el
barranco y la remonta por la ladera izquierda. En la cresta nos recibieron unas
hayas verdaderamente memorables. Poco más adelante la senda comienza a bajar
por una empinada pendiente a buscar la segunda cañada que da principio al
barranco de Gamueta. La placidez de la excursión se truncó en esta fuerte y
resbaladiza bajada. Además, comenzó a llover, aunque poco. Había que ir
despacio, con cuidado, haciendo uso de los bastones para evitar caídas.
Al llegar al cauce del barranco
un magnífico puente de madera nos ayudó a cruzarlo, aunque bajaba casi sin
agua. Y del puente al carril, casi carretera, que allí principiaba.
Entretanto la lluvia arreciaba.
El amplio carril terminaba en la carretera y en su trayecto pasaba por un
bosque mixto de abeto y haya, con unos ejemplares tremendos. Hicimos algunas
fotos con ellos, pero la lluvia continuaba y lo que se imponía era llegar
cuanto antes al refugio.
Una vez en la carretera aún nos
quedaba algo más de 1 km. Bajamos la cabeza, apretamos el paso y ni tan
siquiera nos paramos a ver los pastores que bajaban las vacas hacia Zuriza.
En el refugio nos acomodamos en
una mesa y negociamos unas cervezas, unas patatas y unos frutos secos con la
camarera mientras esperábamos a las 2 que era cuando servían el menú. De
primero había sopa de cocido y lentejas. La mayoría nos inclinamos por las
lentejas, viudas, pero que nos supieron a gloria. De segundo, costilla de cerdo
asada o huevos fritos con chistorra o jamón. La costilla deliciosa. Y a los de
los huevos también se les veía contentos.
Día 30 de octubre, sábado. San
Juan de la Peña y Santa María de la Serós.
La predicción para el sábado era
de lluvia continua, el peor día, por eso decidimos dedicarlo a la cultura y
visitar el románico alrededor de Santa Cruz de la Serós.
Al entrar en Santa Cruz paramos
en San Caprasio, esa iglesita de pueblo, chiquitita, abarcable, sencillita y
humana que muestra su románico lombardo, un poco burdo, como cabría esperar de
una ermitilla de poca importancia. Es una delicia.
Subimos al Monasterio Nuevo, a la
campa de San Ignacio. Hicimos tiempo visitando la enorme obra que ha hecho allí
el gobierno aragonés.
El primer autobús nos bajó al
monasterio viejo de San Juan de la Peña, para comenzar una visita guiada en la
que nos metieron a más de 50 personas. ¿Tanto costaría poner algún guía más?
Siquiera los fines de semana.
La guía bien, un poco sargento,
nos explicó primero el monasterio visigótico, con su doble ábside, y sus
pinturas conservadas aún después de tantísimos siglos. Después pasamos al
panteón de los reyes y de allí al de los nobles. Luego a la iglesia románica y
finalmente al claustro.
En el románico la piedra fue
labrada para que hablara a los hombres. Y lo hacía con esas figuras, con esos
capiteles, que enseñaban a la gente, la inmensa mayoría analfabeta, qué debían
hacer para ganar el cielo y qué penas les esperaban si no seguían los
mandamientos de la Santa Madre Iglesia. El claustro de San Juan es una de las
obras maestras del románico por esos sublimes capiteles tallados por el maestro
de Agüero.
En Santa Cruz de la Serós no
encontramos un restaurante que nos acogiera. Por eso reservamos sitio en
Berdún, en La Trobada. Tenían la mesa preparada, nos sirvieron rápido y salimos
contentos. Estupendo todo al decir de los comensales.
Nos quedaba por ver Santa María
en Santa Cruz de la Serós. Regresamos pues desde Berdún hacia Santa Cruz, pero
antes de Santa Cruz está Binacua con la iglesita románica rural dedicada a los
Ángeles Custodios. El ábside, al exterior, decorado con arquillos lombardos,
como San Caprasio, pero más rudos, como también son mas rudos los sillares de
piedra de ábside y muros. Lo mejor es la portada. El tímpano es muy bonito y
muy bien labrado. Contiene tres círculos tangentes perfectos, el mayor, el central,
con arcaico crismón trinitario y los dos de los lados con un cervatillo y un
grifo.
Y de Binacua a Santa Cruz.
En Santa Cruz no hay que buscar la iglesia de Santa María, su mole en el centro del pueblo sobresale desde cualquier punto.
Toda la estructura de la iglesia está
eclipsada por la enorme torre y por la cámara “secreta” construida sobre el
crucero. La cantería es excelente con un perfecto acople de las piedras.
La puerta de acceso es preciosa
dentro de su simpleza, con un crismón antiguo entre dos leones, quizá
procedente del anterior templo que aquí hubo. En el círculo del crismón y en el
borde inferior del tímpano se esculpió:
Yo soy la puerta. Por mi pasan
los pies de los fieles. Yo soy la fuente de la vida. Deseadme más que a los
vinos, todos los que entren en este santo templo de la Virgen.
Corrígete primero para que
puedas invocar a Cristo
Qué tendrán los vinos que desde
antiguo los ponen como ejemplo del deseo.
Otra puertecilla, en el lado sur,
quizá la de acceso al antiguo claustro, también tiene un crismón más antiguo
que la iglesia.
El río Aragón Subordán bajaba
pletórico y a Paco se le ocurrió que podríamos ir a verlo en la garganta de la
Boca del Infierno, por donde habíamos parado el jueves al bajar de Guarrinza.
Pensado y hecho.
Aparcamos poco antes de la casa
forestal y caminamos carretera arriba con múltiples paradas para ver las aguas
del río retorciéndose y cayendo por esa estrechísima abertura, con un estruendo
ensordecedor. Impresionante.
Día 31 de octubre, domingo. Foces
de Fago y Biniés. Canfrán. 8,5 km, 350 m de desnivel.
Otro día con previsión de lluvia.
No mucha, pero lluvia por la tarde. Por eso estructuramos el día en etapas,
primero la foz de Fago, y luego, si el tiempo lo permitía, la de Biniés.
Aparcamos en el puente Camín,
donde la carretera atraviesa el barranco de Fago de izquierda a derecha, con
amplio y preparado aparcamiento. Justo enfrente, al otro lado de la carretera,
un cartelón indicaba el principio de la senda.
El paisaje de esta zona era muy
diferente del recorrido por Gamueta. Había algunas hayas, pocas, lo que
predominaba era el roble, aquí llamados caxicos y las carrascas. En pocos
kilómetros la vegetación cambia de norte a sur.
Va la senda muy alta sobre el
barranco de Fago y de vez en cuando hay desvíos de la senda, hacia la derecha,
para ver mejor la garganta del barranco. El bosque mojado, la hierba también
con agua y el día encapotado componían una bella estampa en ese valle donde
caminábamos por la vertiente izquierda y contemplábamos, sobre todo, la
vertiente derecha. Los robles ya estaban cambiando de color, con tonos
cobrizos, y los serbales, más o menos esparcidos por las laderas, ponían el
tono amarillo entre el verde oscuro de las carrascas.
Después del domingo sin salir al
campo cogimos la excursión con entusiasmo, tanto que en la Plana de Monteoscuro,
donde teníamos pensado regresar, decidimos continuar hacia la cueva Cucos, más
que por la cueva por seguir disfrutando de ese agreste entorno. La senda va
dando la vuelta a la cresta de la sierra Fórcala. Desde la senda se ve en los
tajos de enfrente una gran oquedad, la cueva Cucos. La mayoría nos conformamos
con verla enfrente, salvo Antonio, Enrique y Manu que decidieron acercarse a
visitarla.
El regreso muy placentero, con
una pequeña subida hasta la Plana de Monteoscuro y luego en descenso por el
camino ya conocido, entre robles, carrascas y serbales.
Como no llovía y había tiempo
decidimos hacer la segunda parte del programa: visitar la foz de Biniés.
El final de la foz de Biniés la
marcan dos tremendas rallas (pared rocosa) que la carretera atraviesa por
sendos túneles. Un final muy bonito, que fue por donde entramos, animado además
por una decena de buitres posados en lo alto de una de las rallas, algunos con
sus alas abiertas al incipiente solcito.
Esta foz, a diferencia de la de
Fago, no tiene sendas por uno u otro lado, pero la carretera, casi sin tráfico,
es el lugar ideal para disfrutarla. Los tajos son tremendos, el río, a veces
encajonado y sobre todo la vegetación de hayas, serbales, fresnos, chopos y
sauces, con unos coloridos de postal, contrastando con la roca.
La recorrimos despacio, parando
mil veces tratando de que no se nos escapara ni un detalle, llevando como
compañero al Veral y salimos encantados de la foz.
Como el día anterior nos había
ido bien en el restaurante de Berdún, en La Trobada, a él volvimos. No sin
antes parar en la planicie entre Biniés y Berdún para intentar fotografiar a
los numerosos buitres que estaban en los rastrojos.
En La Trobada nos sorprendieron
con un menú totalmente diferente del día anterior. Ni un plato repitieron. Y todo
muy rico al decir de los comensales.
La previsión del tiempo no
funcionó porque no llovía ni parecía iba a hacerlo a pesar del nublado.
Decidimos echar la tarde en la estación de Canfrán.
Paseamos un buen rato por esa
tremenda estación. Inexplicable estación para un pueblo como Canfrán. Estaba de
obras con la preparación del edificio principal para hotel de lujo. La verdad
es que el exterior del edificio no desmerece para hotel de lujo. También
alrededor de las vías había obras. Ojalá se invirtiera para adecentar la vía
desde Huesca a Canfrán y a Francia, abriendo un paso alternativo a los de Port
Bou e Irún.
Día 1 de noviembre, lunes. Calzada romana. 11 km, 590 m de desnivel
Parecía que no iba a llover y con ganas salimos para una excursión de todo el día. La idea era salir del barranco de Lenito, hacer toda la calzada romana por la margen izquierda del Aragón Subordán, y por el puente de Lo Sacadero cruzar a la margen derecha, para continuar por ella hasta la selva de Oza. Luego descender desde Oza al puente de Lo Sacadero y por la senda de Los Ganchos volver por la margen izquierda al aparcamiento en el barranco de Lenito.
Aparcamos en la salida desde la
carretera a Oza a Gabardito, poco más adelante de la desembocadura del barranco
de Lenito y comenzamos la ascensión por la bien marcada calzada, acompañados
por el griterío de los perros de la borda Catarecha.
Una vez pasados los perros
caminábamos con tranquilidad y alegría entre el bosque y las paredes de las
praderas cercanas cuando llegamos a un barranco. Bajaba crecido. Como siempre
que surge algún problema en las caminatas Antonio tomó el toro por los cuernos
y nos mostró cómo pasar a los demás. Y los demás lo emulamos más mal que bien,
porque su agilidad es legendaria, pero metiendo las botas en el agua lo menos
posible conseguimos, uno a uno, pasar el barranco y continuar con la calzada,
ancha, empedrada a trechos, una verdadera obra de ingeniería.
El bosque se abría de vez en
cuando y allá abajo teníamos al río discurriendo por el Plano de Santana después
de haber atravesado la Boca del infierno. Eso mirando al sur. Hacia el norte
los acantilados se sucedían. La Boca del Infierno es por donde atraviesa el
Aragón Subordán las dos moles de Peñaforca al oeste y peña de Agüerri al este.
Ninguna de las dos se divisa, lo que tenemos enfrente son los contrafuertes de
ambas, Lo Tellau de lo Faito al oeste y la Faxa de Agüerri al este.
La calzada va subiendo poco a
poco pasa por la Planeta de lo Bozo, quizá el punto más alto, con el rugir del
río en la garganta allá abajo y llanea después por el bosque de hayas.
De repente en la senda apareció
el Castillo Viejo. ¡Qué sorpresa! Un castillo defensivo, como los de los
fusileros, que se construyó allí para controlar a los contrabandistas.
Desde el castillo se inicia una
bajada empinada, resbaladiza en algunos puntos, por el tupido hayedo. Despacio
y haciendo un montón de fotos por los colores del bosque, fuimos bajando hasta
encontrar la carretera, la cruzamos y por el escondido puente de Lo Sacadero
cruzamos a la plana donde están los restos del antiguo campamento de San Juan de
Dios. Allí la senda se divide: la senda de Los Ganchos al sur y al este la
nuestra que asciende saliendo de la pradera e internándose en el bosque.
Unos senderistas nos avisaron de
que el barranco del Xardín bajaba crecido, y luego encontramos a otro, solitario,
que nos dijo que venía de Oza y que con mucha dificultad había cruzado el
barranco. Muchas veces nos creemos los reyes del mambo y que podemos hacer
cualquier cosa, pero la realidad nos pone en nuestro sitio. Llagamos al
barranco y bajaba una cantidad de agua tremenda. Imposible pasarlo. Ni
intentarlo siquiera.
Nos dimos la vuelta ante la
adversidad. A poco encontramos a un gran grupo que subía, les dijimos cómo
estaba el barranco y se dieron la vuelta también.
En la pradera de San Juan de Dios
tomamos la senda de Los Ganchos y hacia el sur. Dejábamos Oza para otra
ocasión. No obstante, la senda de Los Ganchos tampoco es una perita en dulce.
Para empezar, nada más dejar la pradera, se ha de vadear un barranco con
bastante agua y luego pelear con un notable repecho en una senda a veces
embarrada y resbaladiza.
El hayedo es magnífico, adobado
con algunos oscuros abetos, y las vistas hacia la vertiente derecha, excelentes,
con los imponentes tajos de Lo Tellau de lo Faito y Lo Crapal. Más adelante se
oye con claridad el despeñarse del agua del barranco Agüerri. Algunos temimos
por el cruce de ese potente barranco, infundadamente, pues un magnífico puente
de hierro lo cruza ofreciendo además un inmejorable punto para fotografiar el
barranco crecido.
Se hacía hora de almorzar. Paco
se adelantó y al otro lado del puente, a la vera del barranco, encontró un buen
sitio. Nos unimos a él y sentamos nuestros reales al solcito, en las rocas de
la orilla. De la comida poco se puede decir. Máxime cuando tenemos a gala los
banquetes sabatinos. Digamos que fue un tentempié para matar el hambre y,
principalmente, para descansar. Al otro lado del río otro grupo paró también a
comer algo.
Los que íbamos rezagados encontramos
nuestro grupo en los coches charlando con el grupo del otro lado del río.
Resulta que eran también andaluces, algunos malagueños, y habían aparcado al
lado de nuestros coches. ¡Qué casualidad!
Después de la charla bajamos
hacia Siresa para detenernos junto al monasterio. Una obra impresionante por
sus dimensiones y buena factura. El monasterio es austero cuanto cabe. No tiene
más adorno que el llamado “Moro”, una pequeña escultura con dos figuras
arrodilladas frente a frente, indistinguibles desde el suelo, y un crismón en
la portada occidental.
Plaza del Ayuntamiento de Ansó
Día 2 de noviembre, martes.
Bosque de Labati. 10,5 km, 700 m de desnivel.
Para este día la previsión era
lluvia por la tarde. Preparamos por tanto una excursión mañanera desde Aragües
del Puerto al refugio de Lizara donde habíamos reservado comida. Teníamos
además nuevos caminantes: Javier y Rufo, dos colegas de Zaragoza.
Partimos del polideportivo de
Aragüés. Estábamos en la orilla derecha del río Osia y la senda comenzaba por
la izquierda. Esa fue la primera dificultad. Afortunadamente el cauce era muy
ancho, el río bajaba bastante desparramado y lo pudimos cruzar sin problemas.
La senda principia por zona de
matorral, pero enseguida se mete en un bonito bosque de pino mezclado con otros
árboles de hoja caduca con colores otoñales. El día era magnífico para caminar,
buena temperatura, sin viento, y con sol de vez en cuando.
El camino al principio sube para
enseguida llanear bastante cerca del cauce del río. Después salva otro repecho
para coger una antigua acequia por la falda del cerro del Cotato. Este trecho
del camino es especialmente placentero por el bosque, por la humedad, por el
poco esfuerzo que requiere. Un poco elevado sobre el río, llega el rumor de las
aguas que conjugado con los colores otoñales hace el camino agradabilísimo.
Más adelante se llega casi al
nivel del río y hay un pequeño ramal de la senda que se acerca a una presa por
donde saltan las aguas del Osia. Es el mirador de la Cascada, un perfecto final
para este trozo del trayecto porque enseguida la senda desemboca en la
carretera a Lizara.
Bajamos al puente del Abati para
cruzar a la orilla derecha y continuar por el camino de la Resiega que va entre
el puente y la zona de los Corralones. Paseo por el bosque al principio
subiendo, después casi llano, disfrutando sobre todo de las vistas a la
vertiente izquierda del valle, a la que baja de la sierra de la Estiba, con sus
roquedos, oscuros abetos y amarillos serbales y hayas.
En Los Corralones tomamos una
sendita que va por la orilla izquierda del barranco de la Cueva del Oso, con el
aliciente de las aguas del barranco despeñándose a nuestro lado.
Disfrutamos del agua y de sus
saltos… hasta que la senda cruzaba a la orilla derecha del barranco. Entonces
renegamos de tanto caudal. Antonio cruzó sobre unos peñascos e intentó ayudar a
los demás, pero antes de decidirnos recapitulamos lo que quedaba de excursión.
Había que cruzar con mucho riesgo, después había como 4 barrancos que caían
desde las Crestas del Gallo al barranco de la Cueva del Oso, había que
cruzarlos y no sabíamos cómo estarían los pasos; finalmente, más arriba otra
vez la senda volvía a la orilla izquierda. Este cruce era muy arriesgado y los
que nos quedaban podían ser peores. Decidimos dar la vuelta, volver a la
carretera, dejar el sendero de la Cueva del Oso para mejor ocasión y subir
hacia Lizara por la carretera. Los barrancos nos estaban dificultando seguir
las excursiones planeadas.
La carretera ofrece unas vistas
maravillosas enfrente, sobre los bosques y peñones de la ladera que cae desde
punta de Napazal. Más adelante, disfrutamos de un bosquete de tejos y de una
vía ferrata bien equipada en los tajos de la Plana de Lizara, llegando sin más
contratiempo al refugio.
Por la mañana, cuando habíamos
dejado los coches en el refugio, se veía el macizo de Vernera con una capita
blanca, de granizo o de nieve. Ahora estaba totalmente cubierto por negros
nubarrones que presagiaban lluvia. Por eso al refugio nos llevamos los
impermeables, por si acaso.
En el refugio tomamos nuestras
cervezas o vinos de aperitivo hasta que la comida estuvo lista: lentejas y
pollo. Escueto menú que nos supo a gloria, más con el agua que estaba cayendo
fuera. Parece que el primer plato de los refugios es lentejas por sistema.
Salimos con un poco de lluvia,
bajamos al polideportivo donde teníamos el coche pequeño, nos despedimos de
Javier y Rufo agradeciéndoles su compañía y regresamos a Ansó.
Día 3 de noviembre, miércoles.
Jaca.
Otro día que predicen lluvia.
Poca, pero lluvia casi todo el día. Barajamos hacer la travesía de Fago a Ansó
y al final decidimos no arriesgarnos e ir a hacer turismo a Jaca.
Salimos de Ansó con el cielo bien
encapotado. Al llegar al puerto de Ansó, enfrente, por el puntal de Romaciente,
se abrieron un poco las nubes y apareció el blanco de la nieve. ¡Nieve! Esta
noche pasada la lluvia había sido nieve muy cerca, a 1000 m o menos. Todos nos
alegramos de ver la nieve.
Al llegar a Echo giramos al sur.
Paco, que conduce con un ojo y el otro la lleva en el paisaje, vio por el
retrovisor la nieve al norte de Echo. Paramos e hicimos multitud de fotos al
cerro Puyals nevado. Después continuamos a Jaca por la vera del Aragón Subordán
crecido por la lluvia nocturna.
La primera visita fue, como no, a
la catedral. Comenzamos por los ábsides y después por la Lonja Chica. Ahí
echamos más tiempo porque los capiteles que tiene son preciosos, incluso la
copia del del rey David y los músicos es muy buena.
Pasamos después a la iglesia
donde destaca el crismón de la puerta occidental. Tiene una talla perfecta,
finísima, con dos leones rampantes sujetando al crismón. En el círculo que
rodea el crismón está la leyenda:
Lector, en esta escultura
debes interpretar esto: que P es el padre; A es el hijo. La doble es el
Espíritu Santo. Estos tres son en realidad el único y el mismo señor.
En la base del tímpano se
escribió:
Si quieres vivir, tú que estas
sometido a la ley de la muerte, ven aquí suplicante, renunciando a los
`placeres envenenados. Limpia tu corazón de pecados para no perecer de una
segunda muerte.
Sobre los leones un par de
leyendas más: el poderoso león aplasta el imperio de la muerte, y sobre
el otro el león sabe respetar al caído y Cristo al suplicante.
Pasamos luego al museo diocesano.
Hay una serie de capiteles muy buenos en el claustro como los del rey David, el
sátiro y las harpías, no obstante, lo mejor del museo son las pinturas
románicas sacadas de iglesias ruinosas y llevadas a este museo donde se han
hecho espacios con las mismas dimensiones que tenían esas iglesias para poner
las pinturas según estaban; son verdaderas maravillas de los siglos XII y XIII.
Una serie de vírgenes y cristos también románicos, extraordinarios. Y hasta
algunas rejas preciosas.
Venir a Jaca significa venir al
museo diocesano.
Nos acercamos a las Benitas a ver
el sarcófago de Doña Sancha, pero los miércoles cierran. El recorrido a las
Benitas tuvo la compensación de que ahí al lado estaba el restaurante de Las 3
ranas que nos había recomendado Álvaro; entramos y reservamos para comer.
Tomamos un buen aperitivo al lado
de la puerta de la catedral y cuando quisimos visitar la Ciudadela era ya tarde
y estaban a punto de cerrar. La dejamos para la tarde.
En Las 3 ranas comimos
opíparamente, con unas raciones que no nos las podíamos terminar. Entramos casi
de los primeros y salimos de los últimos. Yendo tantos las comidas se alargan
mucho.
Álvaro había hecho compromiso a
una chica de Ansó para que nos enseñara el museo del Traje típico. Nos esperaba
a las 5. Eso nos obligó a dejar la Ciudadela para otra ocasión y salir pitando
hacia Ansó. En el camino aún hicimos alguna foto a las montañas nevadas.
El museo de Ansó es pequeñito,
pero los trajes que exponen son curiosos y muy bonitos. Echamos un buen rato
allí. Y luego al hostal a preparar la mochila o maleta.
Día 4 de noviembre, jueves.
Regreso.
Después de desayunar emprendimos
el camino a Zaragoza.
Como teníamos que devolver los
coches a las 3,30, a la hora de salida del tren, queríamos dejar el equipaje en
los coches, salir a hacer turismo a la ciudad, volver y entregar las llaves de
los coches. La señora de OK todo era poner pegas a esta idea. Menos mal que
apareció el muchacho que se encargaba de los coches, nos hizo sitio en el
aparcamiento de OK, y eso nos permitió seguir con nuestro plan. Hay quienes
ponen pegas a todos y otros que solucionan los problemas.
Fuimos a la Aljafería. Justo al
llegar a la puerta comenzaba una visita guiada. Nos unimos a ella y visitamos
ese palacio erigido por los árabes y embellecido también por Fernando e Isabel.
Muy bonita e interesante visita.
A la salida le preguntamos a un
guardia de seguridad dónde comer. Nos mandó a Casa Emilio. El restaurante
estaba fatal, con mesas que no se habían retirado los servicios, una sola
señora para servir… lo menos indicado para una comida rápida. Y el tiempo
apremiaba. Manolo, tan resolutivo, nos sacó de allí y comenzamos a andar hacia
la estación. Pasamos por un bar-restaurante con menú del día, entramos, nos
acomodaron en el sótano y enseguida nos sacaron bebida, tomaron nota y
empezaron a venir los primeros platos. Aún no habíamos terminado con ellos y ya
traían los segundos. Comimos rápido y más rápido aún fuimos hacia la estación
porque el tren se nos escapaba. Recogimos las maletas, dejamos las llaves de
los coches en el buzón y zumbando a la cola para entrar al AVE.
Taxi en la estación a Torre del
Mar, a Nerja y Fini y Antonio de Nerja a Granada.
FIN DEL VIAJE