PARTICIPANTES: Lily, Paco Z, Enrique, Antonio J, A. Usieto, Manuel D.
RECORRIDO: 17 km con desnivel acumulado de 757 m
PARTICIPANTES: Lily, Paco Z, Enrique, Antonio J, A. Usieto, Manuel D.
RECORRIDO: 17 km con desnivel acumulado de 757 m
Participantes: Luis, Blas, Rafa, Pili, Paco Ponferrada, Manuel de Rincón, Paco Hernando, Lucía, Manolo, Victoria, Paco Zambrana, Antonio Usieto, Antonio Jiménez, Ricardo y Jesús.
Distancia recorrida: 8,4 km
Desnivel acumulado: 430 m
Desayuno en el Cruce de Benamargosa. Estaba cerrado, lo abrían a las 8, por eso hemos desayunado en el bar de al lado, con muchísima gente. Hubiéramos tardado menos esperando a las 8 en el Cruce. Buen pitufo con aceite, jamón, tomate, etc. A 3,20€.
Tenemos que dar la bienvenida al amigo Manuel de Rincón. Se encuentra mejor y parece decidido a unirse a las excursiones del grupo. Te recibimos con mucho cariño.
La excursión de hoy surgió hace
meses. Íbamos de Sedella hacia Salares y en el puente que dicen “Romano” de
Sedella encontramos a un muchacho de nuestra edad que venía de caminar con su
bastón. Él nos indicó que siguiendo la acequia a Salares que se cruza encima
del corral de la Herriza o de la Cuesta, en dirección norte, al contrario que a
Salares, había senda que llegaba al cortijo de la Hoya, y del cortijo, esto ya
lo conocíamos, regresar a Sedella por la loma Polear y pecho de Pedro, al
Molino y a Sedella. Nos picó la curiosidad, nos quedamos con la idea, y hoy,
pensando que era una excursión de medio día, hemos pretendido hacerla yendo
después a almorzar a Canillas de Aceituno.
Cuando se va tanta gente todo se
hace despacio. Saludos y más saludos en el aparcamiento del bar El Cruce. Luego
el contratiempo de tener que ir al bar de al lado, lleno de gente, con la
demora en el servicio. Y luego terminar el desayuno con el más lento para salir
hacia Sedella. En resumen, que nos hemos puesto a caminar en Sedella casi a las
9,30.
Con buen ánimo hemos enfilado a
la salida del pueblo hacia el puente, por esas calles blanquísimas, llenas de
macetas y con el curioso empedrado del suelo, y después de las fotografías de
grupo en el puente “Romano” hemos tomado la cuestecita con alegría. En el
corral de la Cuesta o de la Herriza la senda está tapada con ramas secas que
hay que rodear para seguir ascendiendo a la loma Vázquez. Esta loma, más bien
una cresta, siempre se toma con agrado porque es llana y permite descansar de
la subidita precedente.
Al llegar a la altura de la senda
a Salares hemos tomado en dirección opuesta por la sendilla que, enseguida nos
ha subido a la acequia. La senda por la acequia estaba como una autopista,
ascendiendo ligeramente y limpia. En un par de puntos donde hay rezumaderos de
agua hay que luchar con las zarzas y el emborrachacabras para abrir paso, pero
son pequeños contratiempos. Mientras, llevábamos el arroyo de la Hoya allá
abajo con el agradable sonido del agua. Esta Tejeda-Almijara siempre sorprende
por la cantidad de agua que acumula a pesar de la sequía.
Poco más adelante se unen un par
de cañadas con unos grandes tajos donde la acequia toma el agua, en un entorno
muy bonito, pero de allí no hay manera de continuar. Hemos vuelto por la
acequia hasta un puentecillo que daba acceso a una sendita que subía por la
ladera izquierda del valle, por la zona de monte Amparo. Está bien marcada
hasta unas bocas de minas de agua y de allí hacia arriba hay que ir adivinando
la huella de la senda entre los pinos y el matorral.
Cuando no se conoce una senda y
además está casi perdida se avanza despacio. Hemos seguido subiendo hasta los
1000 m, pero el cortijo quedaba aún muy lejos y no había modo de llegar a él y
volver a Sedella para almorzar. Hemos dado la vuelta y la exploración ha
quedado pendiente para un día con comida en las mochilas.
En las minas de agua hemos hecho
un pequeño Ángelus y ya, sin solución de continuidad, a la acequia, corral de
la Cuesta y puente “Romano” donde nos hemos reagrupado antes de entrar en el
pueblo.
Como hacía calor y había tiempo
se ha decidido tomar una cerveza en alguno de los bares de la plaza. Nos hemos
sentado a la sombra y allí, al fresquito, hemos tomado unas cervezas que nos
han sabido a gloria. Después a por los coches al lado de la fuente y a
Canillas.
Sobre las 14,15 entrábamos en La
Sociedad donde Manolo nos ha recibido. En la mesa nuevas cervezas, agua y vino,
con un par de platos de calabaza, riquísima, morcilla y chorizo picante. Luego
tres ensaladas “vivas” al decir de Manolo. Dos han preferido carne y los demás
chivo, con sus asaduras, su cabeza y la carne en dos fuentes de barro. Nos
hemos puesto bien, redondos, como merece la comida de hermandad mensual. Hemos
pagado 41€ y a los coches para regresar. Los conductores atentos a la carretera
y el resto durmiendo.
Un día con viento más bien
caliente, con sol, caluroso a pesar de ser más de mitad de octubre. Queda
pendiente continuar la exploración de la poco visible sendita.
Participantes: Fini, Antonio, Pilar, Joaquín, Luis, Blas, Pili, Paco Ponferrada, Jesús R., Lily, Lucía, Paco Zambrana y Jesús C.
Distancia recorrida: 10 km
Desnivel acumulado: 515 m
Hoy ha sido un día de recuperación de compañeros, por eso tenemos que dar la bienvenida de vuelta a Pilar, Joaquín y a Blas. También a Fini y Antonio a quienes no veíamos desde antes del verano.
Desayuno en Casa Juani. Tostadas grandes de buen pan. El camarero, desde la barra, atiende a todo el mundo.
Desde Casa Juani, a la entrada de
Olivares, nos desplazamos hasta el inicio del sendero de Gollizno, poco más de
300 m en dirección norte, donde hay un aparcamiento muy bien `preparado.
Partimos por el carril de inicio del sendero dejando atrás las últimas casas de
Olivares, bajo la tutela del prominente cerro Bajo, y enseguida entramos en el
bosque de ribera del río Frailes con sauces, almeces, fresnos y chopos, con
zarzas, rosales, madreselvas y majuelos en el sotobosque, mientras los tajos a
derecha e izquierda se van acercando dejando justo el paso para el Frailes, las
sendas y alguna pequeña parcelita de antiguas huertas.
Se comienza a caminar por la
margen derecha, pero pronto termina el carril junto a un puente por donde
cruzamos a la margen izquierda, para seguir allí el trazado de una acequia con
su chorro de agua. Abajo el río que, a pesar del estiaje, traía un buen caudal.
Nos llamó la atención el color grisáceo del agua, pensamos que sería por alguna
tormenta de hace pocos días, pero muy probablemente sea ese su color permanente
porque aguas arriba atraviesa una larga zona terrosa de calizas.
Al lado de la senda está la
fuente de Buenaventura y encima de ella, a la mediación del tajo, sobresale una
formación de travertino fruto de algún manantialillo superior. El valle se va
estrechando entre tremendos paredones. Poco antes de llegar a la parte más
estrecha del cañón sale una senda hacia Tózar que no tomamos; habíamos venido a
ver el cahorro, no olivares y tierra de labor.
La senda sube hasta el comienzo
de un puente colgante que nos devuelve a la margen izquierda. El puente, entre
esos enormes tajos, es una de las principales atracciones del recorrido, con el
agua remansada allá abajo por la presa de la Luz. Por si fuera poco, el puente
termina en un paredón donde se ha implementado un trozo de pasarela colgado de
la pared que nos devuelve al lecho del río y a su bosque de ribera.
Continúan los tajos verticales a
ambos lados del río hasta que la senda comienza a zigzaguear por la vertiente
de la izquierda, ascendiendo con fuerza para sacarnos de las estrechuras del
cauce. Senda antigua, empedrada y bien trazada aprovechando los mínimos
espacios que deja el enorme tajo por el que sube. Tomamos un descansito en un
mirador desde el que se tiene una bonita vista de la garganta allá abajo,
mientras al noreste aparece Tózar, blanco, inmaculado, con sus olivares y
tierras de labor.
Poco más adelante la senda llega
a una cañada donde, al amor de un manantial, se ha instalado una bonita área
recreativa, la fuente de la Corcuela. Entre la verde yedra y fresnos había unos
buenos cornicabras con un precioso color otoñal.
La senda sube siguiendo el valle
de la Corcuela, pero en este valle la humedad se restringe a la fuente, más
arriba es un valle reseco con paratas aprovechadas por almendrillos y olivillos
endebles. Como teníamos tiempo, Antonio dejó la senda y, a través de un olivar,
nos acercó a los tajos de los Agujerones donde, en un abrigo, quedan muchas
pinturas rupestres esquemáticas. Está vallado con una alambrada demasiado
sencilla para la gente que por allí pasa. En algunos puntos la han roto para
llegar hasta el abrigo. Nosotros intentamos divisar las pinturas desde la
valla, y algunas se ven, aunque menos de las que indica el cartel explicativo
puesto junto a la valla.
Hubo que apechugar con la subida
valle arriba bajo un sol potente aún, hasta que alcanzamos el pinar donde la
sombra nos ayudó a seguir con la cuesta que termina en un puertecillo justo
debajo del castillo de Moclín. Teníamos el castillo, grande, recio, al oeste y
la blanca ermita de Moclín al sur.
La senda marcha hacia la ermita y
al llegar a ella aparecen todos los tejados de Moclín a nuestros pies. De la
ermita, en vez de bajar al pueblo, fuimos hacia el enorme castillo y la iglesia
a su pie. Aquí debió situarse el principio del pueblo de Moclín, dependiendo
del castillo, y se encuentra el antiguo edificio del pósito, la iglesia de la
Encarnación y el santuario del Cristo del Paño de gran devoción en Moclín y
Granada.
El castillo está cerrado. Antonio
sugirió llegarnos hasta una cantera de piedras de molino situada al oeste del
cerro del castillo. Descendimos del cerro y le dimos la vuelta. Quedan
trincheras de la Guerra Civil y una curiosa cantera donde se iban moldeando
grandes columnas de piedra de las que se sacarían las piedras de molino. Alguna
queda aún. Antonio se conoce bien estos tajos porque hay vías de escalada a las
que viene con su familia.
Entramos en el blanco pueblo de
Moclín con la intención de tomar una cerveza que nos redimiera del calor. El
único bar está en la plaza, frente al ayuntamiento. Entramos en el bar pidiendo
si podríamos utilizar unas mesas para tomar unas cervezas. Quien estaba detrás
del mostrador, fregando unos vasos, no se dignó levantar la cabeza “si queréis
cerveza os la sirvo en el mostrador, no en mesas”. Con este recibimiento le
dijimos que se las quedara y nos marchamos.
Lo que quedaba era el descenso a
Olivares, por una pendiente cuesta hormigonada que sale del pueblo, muy bien
indicada. Paramos en un mirador al norte, hacia la grieta del Gollizno, y más
abajo a otro mirador al este, hacia Olivares. Poco más abajo, en una zona con
pinos al lado de una ermita, encontramos nuestro restaurante.
Nos acomodamos y principiamos con
las frescas cervezas que nos supieron a gloria mientras se ponían en movimiento
las chacinas y el atún listado que nos suele traer Blas. Tuvimos ensalada de
rúcula, tortilla, bonito con pimiento y cebolla, solomillo con ajos, carne con
espárragos y muchísimas cosas que olvido porque soy incapaz de retener todo lo
que sale de 13 mochilas bien surtidas.
Nos quedaba menos de media hora
hasta Olivares. Nos echamos al sol del camino, pasamos por una desangelada área
recreativa y terminamos en el aparcamiento.
Una ruta muy bonita, variada, con
garganta, fuentes, pinturas y cantera, además de castillo y pueblo, que se
puede hacer bien hasta mediodía. Un muy bonito día, caluroso aún.